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Milleando por Galicia [II]

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A gusto. Así estaba. Deambulando sin rumbo por el Casco Vello de Vigo. Disfrutando de las fachadas, de las piedras, de los callejones. Del ambientillo del mercado de A Pedra. Y un olor intenso a mar inundó mis fosas nasales. Estaba en la calle de las Ostras, antigua rúa da Pescadería. Sin concederme tiempo de reacción, y con el arte que sólo gastan las personas muy curtidas en esta vida, una simpática abuela me había colocado un plato con una docena de ostras vivas en la mano. La noche anterior había cenado como un salvaje, no tenía hambre, eran las doce de la mañana, pero… ¿quién coño viene a este maravilloso lugar y se resiste a algo así? Yo, desde luego, no.
 



 
A veces me preguntan si no me aburro cuando viajo solo. La respuesta para mí es obvia: no. Nunca me aburro descubriendo los pequeños detalles que pasan frente a mis ojos. La percepción de lo que hay a tu alrededor en los sitios por los que pasas es diferente, tuya únicamente, sin condimentos de otros. Más intensa. Me encanta la sensación de ir a mi puta bola, sin dar explicaciones, sin esperar a nadie, sin tener que justificarme cuando quiero cambiar los planes. Es diferente. Ojo, que también disfruto viajando con amigos, pero es que yendo solo tocas a más ostras. Y oye, que ricas estaban.



Es curiosa la mezcolanza de negocios de esta zona. Restaurantes de marisco, tiendas de souvenirs y vendedores ambulantes que intentan endosarte ropas o iPhones más falsos que una custom con plásticos cromados. Me cautivan estas fusiones. De nuevo me encuentro hechizado por otra ciudad gallega. ¿Será verdad lo de las meigas? Empiezo a pensar que en vez de con brebajes de sapos y culebras te embrujan con ostras… Una vez a lomos de la Mille, me doy un paseíto más por la ciudad antes de buscar la autovía dirección a Ourense. Y vaya, mira que no soy muy fan de las autovías, pero esta me parece bonita y hasta poco aburrida. Gran paisaje. Los ochenta kilómetros se me hicieron más cortos de lo normal.



Al llegar a Ourense me encontré con un parque muy guapo. Paré a hacer un par de fotos y adentrándome un poco más por una zona peatonal, haciéndome el sueco, llegué a la Plaza Mayor. Con soportales por sus cuatro costados y un montón de terracitas, invitaba a parar y tomar algo. Acepté su invitación, una 0,0 me refrescaría el gaznate. En uno de sus laterales se encuentra el Ayuntamiento o Casa do Concello. Al lado el Museo Arqueológico y la Iglesia de Santa María “La Madre”. Situada en el corazón del casco histórico, y de la que parten varias calles, me resultó muy bonita, especialmente las fachadas de los edificios plagadas de miradores acristalados y balcones. Por cierto, me llamó la atención la inclinación de su suelo.



Seguíamos en modo toma de contacto, así que tras un rato de paseo por los alrededores de la Plaza Mayor, nos pusimos de nuevo en marcha. Tomé la N120 dirección Quiroga. La carretera pintaba bien, lo malo es que los primeros kilómetros son de doble raya continua y los pasé detrás de un tráiler con troncos. No había problema, no había prisa. Tras unos kilómetros entraba en la provincia de Lugo. Y, ay amigos, en cuanto me vi con pista libre volví a disfrutar como un enano de una de las mejores carreteras por las que he rodado nunca. El tramo de Monforte de Lemos a Quiroga me pareció simplemente brutal. Curvones y asfalto perfecto. Pero lo mejor es que te ves inmerso en un paisaje montañoso espectacular. Precioso. Una vez más un auténtico placer rutear por sitios así.


Una vez en Quiroga pregunté por mi destino: Soutordei. A la tercera, y con cara de extrañeza, me indicaron el camino correcto. Paralelo a la vía del tren primero y luego subiendo por una carretera estrecha jalonada de vegetación. El motivo de ir a tan remoto lugar era triste, muy triste: visitar a un amigo caído sólo seis semanas antes. Las emociones que viví allí me las quedo para mí. La paz que se respiraba y la belleza del lugar eran abrumadoras. Tú sí que sabías Juan Carlos. Vaya sitio bonito. Llegará un día en el que tomaremos cerveza juntos, y el primer brindis lo haré por los grandes hombres que supieron buscar horizontes limpios donde descansar.



Apenado por la visita que nunca querría haber hecho, pero a la vez confortado por haber estado en un sitio tan especial, regresé a la carretera. Volví por donde había venido, iba a disfrutar esa magnífica vía por partida doble. Esta vez sí paré en Monforte de Lemos. Primero subí al Monasterio de San Vicente del Pino, actualmente Parador Nacional de Turismo. Del antiguo castillo destacan algunos tramos de muralla y la torre del homenaje. Las edificaciones actuales datan del siglo XVI. Muy bonito, como casi todos los sitios que transforman en Paradores… Tras disfrutar un rato de las vistas y lo agradable del lugar, me bajé a Monforte. Y sin querer, me topé con El Escorial gallego, el Colegio de Nuestra Señora de la Antigua. Me apunto para otra ocasión su visita por dentro y con más detalle. Esa vez me conformé con admirar su formidable fachada mientras me tomaba una 0,0 en una de las terrazas de enfrente.



Al llegar de nuevo a Ourense, hice un tramo por autovía hasta Carballiño, donde tomé la nacional N541 que pasa por Soutelo y Cerdedo, hasta Pontevedra. No lo disfruté mucho porque ya era de noche y, desde que me operé de miopía, soy de esos a los que les parece que todos van con las largas. Y mira que me gusta viajar en la oscuridad, pero en cuanto me cruzo con alguien ya estoy jodido. El día, además de azul y despejado, había sido intenso en kilometraje y emociones, así que, una vez en el hostal, me dispuse a una ingesta masiva de Estrellas Galicias. Y como desde las ostras de la mañana no comía nada, me arreé otro filetón con acompañamiento no apto para vegetarianos (ni cardíacos) como el de la noche anterior. Es lo que tiene ser un tripero.



Al día siguiente me volví a enfundar el mono y a cargar las alforjas. Tocaba variar de campamento base. Iríamos hacia el Norte. El tramo de carretera N550 desde Pontevedra hasta Santiago de Compostela me resultó agradable, eso sí, con muchísimo tráfico. Era miércoles, así que supongo que lo normal de un día laborable. Como estaba embuchado en cueros y con todo el equipaje, no paré demasiado en Santiago, me apunto (vaya lista llevo ya) dedicarle más tiempo la próxima vez. Pero la paradita en la Praza do Obradoiro no me la salté. Ponía que prohibido el paso y esas cosas, pero muy despacito, haciéndome el guiri, me colé como un peregrino más. Y vaya gustazo estar ahí, ante la majestuosidad de la catedral y los demás edificios. Y entre tanta gente maja. Al ver que iba solo, varios compañeros ciclistas se ofrecieron a inmortalizar el momento con mi querida Mille. No siento más devoción que por las personas, pero entiendo que un peregrino de los de verdad, se emocione al completar su camino en semejante decorado. Lástima tanto coche oficial aparcado por ahí…



La ruta continuaba dirección A Coruña por la nacional. Llegando, y como siempre me pasa cuando voy de relax, me despisté y no sé cómo terminé en la autopista de peaje. Yendo en moto, los peajes me tocan bastante los cojones, sobre todo cuando se trata de un minitramo de cincuenta putos céntimos. Quítate el guante, busca las monedas, que no se te caigan, guarda la vuelta, ponte el guante. En fin, ni tan mal si ningún enlatado te pita y no tienes que acordarte de su familia. Total, que por fin encuentro la carretera a Carballo, paro a repostar, pregunto por mi destino, por algún hostal allí… Y entonces, casi sin darme cuenta, llego. Llego a Malpica de Bergantiños. Y el flechazo es instantáneo.


En Nostromoción:
   · I) Milleando por Sanabria.
   · II) Milleando por Galicia [I].
   ···
   · IV) Milleando por Galicia [y III].
   · V) Milleando por Asturias.
   · VI) Milleando por Cantabria.
 

Milleando por Galicia [y III]

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Hay lugares que uno, a pesar de no haber visitado nunca, sabe que le van a gustar. Eso me pasó con Malpica. No sé por qué pero desde que me lo recomendó un amigo ya me sonaba bien el nombre, me daba buen rollo. Malpica de Bergantiños es un pueblo netamente pescador, con el encanto de los sitios auténticos, sin aderezos. A un lado tiene la playa de Area Maior y al otro su puerto pesquero. Pensaba que sería un sitio de paso, pero nada más llegar decidí que estaría un par de días. Y es que cuando uno está a gusto, se olvida de las prisas.
 


 
Nada más llegar, pregunto por un hostal a un grupo de chavales, porque el que me habían recomendado me pareció demasiado elegante para un motoflauta como yo. Así que me voy al JB, hostal añejo frente a la playa. Perfecto. El matrimonio que lo regenta más majos que la leche, y encima me dan la llave de un garaje para guardar la moto, ¿qué más puedo pedir? Una cerveza fría, mejor, una Estrella Galicia fría. Tengo toda la tarde para vagabundear por el pueblo y tomar birras. Y es lo que hago. Tras ver el puerto y dar un paseíto por la playa, finalmente me acoplo en una de las terrazas que hay junto a esta. Y allí estaban, con lo fría que estaba el agua, un grupillo de nativos bañándose como si estuviesen en una piscina climatizada. Al rato me acerqué a preguntarles por un sitio para cenar, y un abuelete, en chanclas y bañador, no me dijo donde, me llevó al sitio para que lo tuviese claro. Y charlamos un buen rato. Que maravilla. Sin duda, una de las cosas más gratificantes cuando viajas solo es encontrarte con buena gente…
 

Después de meditar, beber y ver anochecer, me fui al sitio recomendado, el Café Bar Cachón. Allí, con vistas al puerto, me puse hasta arriba de pulpo a feira y chipirones. Rico, rico y buen precio. A medianoche salí del bar, y para bajar la cena, peregriné hacia la playa. Ni un alma, todo cerrado, algo de frío. Embriagado de comida y alcohol. La Osa Mayor a la altura de mis ojos, pasa una estrella fugaz… Juro que fue uno de los momentos más perfectos de mi vida, en el que hice las paces con muchos demonios internos. De vuelta en el hostal me recibe el gato de la casa, con un máster en relaciones sociales. Tras las caricias de rigor consigo que no se cuele en la habitación. Que a gusto dormí esa noche.


Al día siguiente, más o menos temprano, me puse en ruta. La idea era ir costeando a Cabo Fisterra y de allí a Cabo Corrubedo, cosa que no conseguí del todo por falta de tiempo. Es imposible no entretenerte en sitios tan bonitos. La primera parada fue en el Faro Punta Nariga. Se trata del faro más moderno de España. Accedes por una estrecha carretera que atraviesa un campo eólico y una zona de rocas, esculpidas por el viento, espectacular. La construcción me pareció realmente original y perfectamente integrada en el entorno. En piedra de granito, sus formas simulan un barco, con una escultura que hace las veces de mascarón de proa. Las vistas son una maravilla. Muy recomendable su visita. De allí me fui hacia Laxe, enclavado en una bahía con una bonita playa. Pero no hagáis como yo, que me salté la visita a Punta Roncudo y su faro, en Ponteceso. Más tarde he visto fotos y me he arrepentido. Un sitio más a la lista de deberes.


Seguí el camino hasta Camariñas. Bonito pueblo pesquero situado en una pequeña península. La revirada carretera que me llevó al Faro de Cabo Villano está jalonada de generadores eólicos. Es una pasada circular junto al mar, precioso paisaje. El faro señala uno de los tramos más peligrosos de la Costa da Morte. No me extraña que la zona sea Monumento Natural, es realmente bonita. Y no sé si fue por el paseíto por las rocas, pero el hambre hizo acto de presencia. Así que me dirigí a Muxía, donde cayeron unas rabas frente al puerto. Después, seguí la ruta hacia Fisterra, pero una vez más cometí un delito, no visitar Cabo Touriñán, el punto más occidental de la península. Buscando, tras el viaje, información de los sitios en los que había estado, no hacían más que aparecerme lugares con una pinta cojonuda. Y aunque el objetivo de este era más o menos perderme, intentaré planificar mejor los próximos viajes.
 





Según te acercas a Cabo Fisterra te vas encontrando con gran cantidad de peregrinos. El fin del mundo. Realmente lo parece. Miras hacia el oeste y ves como la línea del horizonte desaparece, fundiéndose cielo y mar. Sitio mágico, sin duda. Pasé un buen rato sentado en las rocas, contemplando la inmensidad del océano y filosofando, antes de subirme de nuevo en la Mille. La parada en Fisterra también fue obligada. La verdad es que creo que pocos sitios habrá por esta costa que no merezcan un paseo por sus calles, puertos y playas. Como Corcubión, con ese encanto que gasta su bahía, salpicada de barcos y botes fondeados. De allí seguí la ruta hacia un lugar que me había recomendado el dueño del hostal en el que paré en Pontevedra, Ézaro.
 
 
Y como suele pasar cuando un lugareño te recomienda un paraje, merece la pena ir. Mucho. Allí muere el Xallas, el único río de Europa que desemboca en el mar en cascada. Precisamente me comentó que aprovechase para ir porque esos días se podía ver el salto de agua, algo no muy habitual al estar canalizado el río, y era digno de ver. Y no le faltaba razón. Precioso, tras pasar junto a la central hidroeléctrica de Castrelo, unas pasarelas de madera te conducen justo a la cascada. El salto desde la presa tiene unos cien metros de altura, debe ser impresionante cuando abran a tope las compuertas. La verdad es que esa ensenada, salpicada de casas, con los barcos amarrados en el pequeño puerto, rodeada de montes y protegida del mar, tiene un encanto especial. Muy, muy recomendable su visita.

 
Pero Ézaro aún guardaba otro tesoro. Su mirador. La subida al mismo tiene una pendiente impresionante. Me habían comentado que había sido final de etapa de la Vuelta Ciclista a España, y según avanzaba, me empezaron a entrar los sudores de la muerte al pensar en subirla dándole a los pedales. Una vez arriba la vista es una maravilla. Después de un buen rato disfrutando del paisaje, me puse en marcha de nuevo. Esta vez ya de vuelta, me apetecía llegar antes de que se fuese la luz. Así que me dejaría para otra ocasión el completar la ruta hasta Cabo Corrubedo. Volví tras mis pasos hasta Corcubión y allí tomé una vía rápida, que hizo honor a su nombre y en poco tiempo me llevó hasta Malpica. Había sido un magnífico día de ruta, no de muchos kilómetros pero sí de muchas y buenas sensaciones.

 
Mi estancia en Galicia llegaba a su fin. En mi ruta hacia Santander también quería disfrutar de un par de días por Asturias. Cinco días y cuatro noches, que ahora se me antojan escasos. Y es que cuando un sitio te encandila, todos los días son pocos. Pero me quedaba ese atardecer frente a esa maravillosa playa. La rutina fue la del día anterior, múltiples Estrellas viendo el mar hasta el anochecer y luego cena en el Cachón con pulpo a feira incluido. Y es que, cuando me tratan bien y me gusta un sitio, soy un tío fiel. De nuevo la embriaguez me tomó en sus brazos, y una vez en el JB, me acunó hasta que me quedé dormido, sin terminar de ver la película que echaban en la televisión y que he visto decenas de veces, El bueno, el feo y el malo. No soñé con que era un pistolero escupetabaco, sino con que me pasaba la vida viajando a lomos de mi querida Mille.

 
Lo primero que hice por la mañana fue darme una buena caminata por la playa. Luego cargué los bártulos en la moto y me dispuse a marchar, con cierta pena. El día había amanecido cubierto y con amenaza de lluvia, la misma que me había respetado desde mi primer día en Galicia cuando me dirigía a Ponte Caldelas. Supongo que, como cantaban El Último de la Fila, el dios de la lluvia se apiadó de mí estos días, pero sabiendo de mi partida a otras tierras decidió que la tregua había terminado. Es por eso que decidí no ir hacia Asturias costeando y pasando por Punta Estaca de Bares. El día no invitaba a ello. Las previsiones eran lluvia a tope por toda la costa, así que, aun sabiendo que me dejaba otra zona de diez, me fui por las autovías A6 y A8.

Si habéis leído los otros dos post de Galicia ya lo sabéis. Lo he repetido más de una vez. Pero lo volveré a decir: esta tierra es maravillosa. Sus gentes y sus paisajes me han enamorado para siempre. Volveré, sin duda. No sé cuando, porque nos separan mil kilómetros, pero volveré. Haré esa visita que he dejado pendiente a un par de amigos. Visitaré los parajes que me he saltado. Comeré y beberé. Disfrutaré. Porque nunca una marca de garantía tuvo un nombre más apropiado: Galicia Calidade.


En Nostromoción:
   · I) Milleando por Sanabria.
   · II) Milleando por Galicia [I].
   · III) Milleando por Galicia [II].
   ···
   · V) Milleando por Asturias.
   · VI) Milleando por Cantabria.
 

Milleando por Asturias

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Asturias Patria querida, Asturias de mis amores. Así comienza la canción que pasó a ser himno del reino de Don Pelayo. ¿Quién no la ha entonado alguna vez, con mayor o menor acierto, cuando Baco ha tomado las riendas de sus neuronas? Hubo un tiempo en que se me daba muy bien desafinar con esa letra. Y es que a Asturias la conozco y le tengo cariño desde que tengo uso de razón. Es lo que tiene ser de la patria chica vecina. Esta vez sólo iba de camino, pero un par de días por sus tierras eran obligados. Al poco de abandonar tierras gallegas me dio la bienvenida un pequeño chubasco que, tal y como llevaba el neumático trasero, no me hizo mucha gracia, pero ¡qué coño! Estaba en el Norte, nada de quejas. Hasta las autovías tienen su aquel.

 



Esta vez iba directo a un hotel que me había buscado un amiguete, en Viella, a unos diez kilómetros de Oviedo. Con el hambre que traía no pude reprimir una sonrisa bajo el casco al ver que estaba junto a un asador de carnes. Así que, tras instalarme me di un pequeño homenaje a base de cachopo y sidra. Rico, rico. Tras guardar la moto en el garaje me fui a tomar unas cervezas con mi colega. Tarde y noche tranquilas, apetecía descansar después de varios días intensos de ruta. Al día siguiente amaneció soleado, no pude negarme a hacer kilómetros con la Mille. Gijónsería el punto de partida y el Candasuel sitio perfecto para quedar con una amiga. Buena compañía, sidra y tapas, ¿qué más se puede pedir? Ser inmune al alcohol, pero como no lo soy, fui bueno y al poco me puse en ruta. Primeras fotos en El Puntal, en la Ría de Villaviciosa.
 
 
De allí a un pequeño pueblo que me tiene enamorado, Tazones. Su puerto pesquero, su pequeña playa con huellas de dinosaurios, su Casa de las Conchas, sus restaurantes… Es uno de esos sitios que rezuma encanto por todas sus esquinas. Esta vez subí a ver el faro, cosa que no había hecho las dos veces que estuve antes. Ya de nuevo en ruta, la vista continúa deleitándose con esos prados y arboledas de ese verde tan intenso. Joder, que me gustan estas carreteras. La siguiente parada es Llastres. Intenté comer en un par de sitios pero estaba todo a reventar, así que decidí reservarme para el asador… Vi muchísima más gente que en mi anterior visita, hace unos ochos años. ¿Será por lo de aquella serie del matasanos malafollá?
 
 
Imprescindible en tu visita a Llastres es subir al mirador, junto a la capilla de San Roque. Las vistas son realmente espectaculares. Y a pesar del, para mi gusto, excesivo turismo, a uno no le queda más remedio que contribuir a esa masa de visitantes, porque esta villa marinera sigue siendo preciosa. Tras una 0,0 puse rumbo a Ribadesella. Al llegar me topé con un montón de atletas. Resulta que había una carrera de diez kilómetros esa tarde. Después de darme una vuelta por la playa y el paseo marítimo decidí poner ruedas en polvorosaantes de que empezase la carrera, por si cortaban el puente y tenía que quedarme allí haciendo tiempo bebiendo sidra. Demasiado tentador.
 
 
Ya de vuelta paré en la bonita playa de La Isla, cerca de Colunga. Pero no me entretuve demasiado, el estómago no hacía más que rugir. Al llegar al campamento base me fui al asador y me apreté unas costillas de ternera y unos criollos. De verdad, tener los horarios de las comidas descontrolados es muy duro… Para redondear el sábado mi coleguilla me llevó a Oviedo, eran las fiestas de San Mateo. Cantidad de gente, buen ambiente y mucha cerveza. Tendré que volver en plan de marcha. Y pesar de que no nos maltratamos demasiado, la resaca me dijo “ola ke ase” por la mañana. Antes de cargar la Mille y poner rumbo a Cantabria, me dio tiempo a desayunar con otro amigo y su peque, futuro campeón de supermotard. Luego, con esa pena que le entra a uno por irse de un lugar que le ha tratado bien, me puse en ruta. Pero aún me quedaban unos kilómetros por Asturias.
 
 
Había estado en los Picos de Europa varias veces, pero nunca en moto. Así que no fue una elección demasiado difícil desviarme a visitarlos de nuevo. En la autovía A8, a la altura de Ribadesella, cogí el desvío hacía Cangas de Onís. Esta vez no paré, pasé de largo hacia los lagos, pero si no lo conocéis no dudéis en dedicarle unas horas a este precioso lugar. Cuenta con varios monumentos histórico artísticos, como su famoso puente romano. Unos dos o tres kilómetros pasado Covadonga, el viento, la niebla y la lluvia hicieron acto de presencia, pero de verdad, con protagonismo. La cosa se llegó a poner tan fea que estuve a punto de darme la vuelta. Muy complicado conducir una moto de semimanillares, cargada hasta las manetas, en esas condiciones. El viento lateral era bestial. Y estoy acostumbrado a conducir con agua, en asfaltos resbaladizos, con viento, pero nunca me había encontrado algo así. Además tan repentino.
 
 
Pero no me podía volver estando tan cerca. Despacito y con mucho cuidado (requisitos fundamentales para esto y otras cosas) llegué al Lago Enol. Con riesgo de que Eolo me volcase la Mille paré a hacer un par de fotos. Y ahí que apareció una vaca a darnos la bienvenida. Os hartaréis de verlas por la carretera. De allí al Lago Ercina y de vuelta a los pocos minutos. Por desgracia arriba el tiempo seguía de lo más desapacible, pero a los pocos kilómetros de bajar se hizo bueno lo de que tras la tempestad viene la calma. Comenzó a clarear de nuevo. Y paré en el Mirador de la Reina. No os lo perdáis, como podéis ver en la foto de arriba las vistas son maravillosas.
 
 
La verdad es que esta carretera de subida a los lagos me encanta, es una maravilla. En algunos tramos es como ir por un túnel de paredes y techos verdes. Sin darte cuenta tu mano derecha desacelerará para pasar más despacio. Magia. En un coche jamás podrías sentir algo así… Me resulta sumamente gratificante, tras más de veinte años montando en moto, disfrutar momentos así, redescubrir estas sensaciones. Estos paisajes y carreteras parece que estén hechos para nosotros, los motards. Y cuando tras una curva descubres la figura de la Basílica de Covadonga al fondo, hasta a un agnóstico como yo se le escapa darle las gracias a Dios por las vistas. No exagero, probadlo.
 
 
En Covadonga la parada es obligada. Además de la Basílica de Santa María la Real de Covadonga, construída en piedra caliza rosa, te encontrarás con la Santa Cueva. Allí están, además del santuario a La Santina, las tumbas de Don Pelayo y Alfonso I, el Católico, ambos reyes de Asturias. En la explanada de la basílica se hallan la estatua de Don Pelayo y La Campanona. Este conjunto monumental, a pesar de estar normalmente muy masificado de gente, es un destino obligado en toda visita que se precie a Asturias. Si pillas un buen día de sol, simplemente alucinarás con los contrastes y los infinitos colores que te ofrecen paisaje y monumentos.
 
 
Me pongo en marcha, pero al llegar al cruce que hay a medio camino entre Covadonga y Cangas de Onís, mi estómago decide despedirse en condiciones de esta tierra. No me queda más remedio que tomarme unos chorizos a la sidra, acompañados de una triste 0,0, en la venta que hay por allí. Al rato, de nuevo en la autovía hacia Cantabria, la lluvia y el viento comienzan a hacer de las suyas, pero a pesar de hacerlo con ganas y de llevar el neumático trasero listo de papeles, comparado con lo vivido en los Picos de Europa unas horas antes resulta un paseo. Ay Asturias, hasta pronto. Volveré a verte en cuanto pueda, y será en moto. Faltaría más.


En Nostromoción:
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   · II) Milleando por Galicia [I].
   · III) Milleando por Galicia [II].
   · IV) Milleando por Galicia [y III].
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   · VI) Milleando por Cantabria.

 
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