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Joey Dunlop, el hombre y el mito

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Joey Dunlop. Un nombre. Un apellido. Aparentemente comunes, pero que al leerlos o escucharlos juntos hacen que se me humedezcan los ojos de emoción. Porque él, Joey Dunlop, es el último y más grande de una raza de pilotos únicos. De esos que eran capaces de realizar cosas extraordinarias sin darle importancia, siempre con un halo de romanticismo alrededor. De esos que cuando ya no están entre nosotros los convertimos en mitos, los recordamos y los echamos de menos. Porque a pesar de haber sido excepcionales, eran hombres sencillos.
 
Hoy hace trece años que nos dejó haciendo lo que más le gustaba. Una carrera de segunda categoría nos arrebató a una persona de primera. Murió el hombre, nació el mito.





El día que supe de su muerte no me lo podía creer. Hacía un mes que había sido feliz al leer en una revista el titular “El abuelo vuelve a ganar”. Acababa de conseguir su vigésimo cuarta victoria en el Tourist Trophy. Pero ese día la más absoluta tristeza se apoderó de mí. Joey Dunlop era un personaje muy especial. Encarnaba todo el romanticismo de las carreras. Un tipo sencillo pero tremendamente rápido encima de la moto. Una persona que tras ganarte, te invitaba a una cerveza y te contaba en que curva había apurado más…

 

William Joseph Dunlop nació el 25 de Febrero de 1952 en Ballymoney, ciudad del Condado de Antrim, en Irlanda del Norte. Desde muy joven sintió pasión por las carreras. Algo normal en una tierra que alberga pruebas como el Ulster GP o la North West 200. En 1969, a los diecisiete años, consigue comprarse una Triumph Tiger Cub de 199cc. Le costó cincuenta libras, ganadas en varios trabajos como albañil, soldador y camionero. Con ella se estrenó ese mismo año en la competición, en el circuito de Lurghan Park, terminando cuarto.
 
Gracias a pequeñas tareas en el taller en el que trabajaba su padre, obtuvo el dinero suficiente para participar en su segunda carrera, la Carrowdore 100. Tras una intensa lucha con pilotos a los mandos de rapidísimas Bultaco, logró clasificarse con su Triumph en segundo lugar.
 
 
Después de ese año ya no pudo dejar la competición, era lo suyo. Poco a poco empezó a despuntar y conseguir buenos resultados. Primero con su Triumph, luego con Suzuki y con Yamaha, aunque finalmente terminó siendo un piloto 100% Honda. Las victorias no tardaron en llegar en prácticamente todas las carreras urbanas irlandesas: Maghaberry, Cookstown, Carrowdore, Tandagree, Mondello Park, etc.
 
En 1977, consigue su primera victoria en el Tourist Trophy de la Isla de Man, a los mandos de una Yamaha OW 31B, en la categoría Jubilee Classic. A partir de entonces se crea un vínculo mágico entre Joey y el TT. Dunlop queda fascinado por el ambiente, la complejidad de un circuito largo y revirado, y la competitividad de unos hombres inmensamente valientes.


Su forma de analizar una zona del Circuito de la Montaña te hace comprender el coraje y la determinación que gastaba en carrera:
 
“Creo que es donde gano un poco, porque los muros asustan a mucha gente, pero yo no les temo. Puedes pasar bien entre ellos aunque puedes golpearte el casco con la pared porque estás demasiado cerca”.
 
 
En 1980 obtuvo su segundo triunfo en el TT. Comenzaba a ser un piloto muy admirado por la afición. Por fin, en 1982, consigue material de primera fila de la mano de Honda Britain. Ese año comenzó su dominio en el Campeonato del Mundo de F1 TT (el precursor de las actuales SBK) durante cinco años seguidos.
 
Los ochenta fueron su mejor época. Ganó once carreras en el TT en F1, Senior y Junior, entre 1983 y 1988. Pero en 1989 no participó en el TT por las lesiones producidas en un accidente en Brands Hatch. A raíz de ese año pasó una época complicada. Hasta 1992 no volvió a ganar en su isla, en la categoría de 125cc.
 
 
Entre 1992 y 1998 ganó diez carreras en la Isla de Man. Todas en las categorías pequeñas, excepto la del Senior de 1995. No conseguía disponer de un material competitivo que le permitiese demostrar que aún estaba en forma. Pero llegó el 2000 y Honda Britain le consiguió el motor oficial de la VTR SP01 de Aaron Slight. Y Mr. Dunlop, que ya contaba con cuarenta y ocho años, volvió a brillar en el Tourist Trophy. Sencillamente impresionante. Ganó en 125cc, en 250cc y en F1, la que sería la primera victoria de una bicilíndrica desde que Mike Hailwood la consiguiera en 1978. Phil McCallen, que en 1996 había logrado cuatro victorias en el TT y no participó ese año por problemas físicos, declaraba:


“Estoy satisfecho de no haber corrido este año. ¿Cómo podría volver a casa diciendo que me ha ganado un hombre de 48 años, cuando se supone que soy un buen piloto?” 


Por desgracia, cuando Joey se había reencontrado con la felicidad, un mes más tarde llegó el final. En una carrera celebrada en Estonia, a las afueras de Tallin, perdió el control de su 125cc y se estrelló contra un árbol. Murió en el acto. El día anterior había ganado en 600cc y unas horas antes del fatal accidente había hecho lo propio en la categoría de Superbike.

 
A su funeral asistieron más de 50.000 personas llegadas de todo el mundo. Esa cifra te da una idea de la admiración que se sentía por él. Porque fue un gran piloto, pero ante todo fue una gran persona. Un hombre sencillo, que entre carrera y carrera servía cervezas en su Joey’s Bar de su ciudad natal. Joey Dunlop era, es y será siempre muy querido.
 
 
Su palmarés deportivo es extraordinario. Principalmente:
 
•26 victorias en el Tourist Trophy de la Isla de Man (entre 1977 y 2000).
•3 tripletes en el TT: 1985, 1988 (F1, Senior, Junior) y 2000 (F1, 250cc, 125cc)
•5 veces Campeón del Mundo de Fórmula 1 TT (1982-1986).
•13 victorias en la North West 200.
•24 victorias en el Ulster GP.
•15 títulos británicos e irlandeses.
•31 victorias en la Southern 100.
•162 victorias en otras carreras urbanas.
 
 
Pero, además de sus éxitos deportivos, una de las cosas que le hicieron ser una persona especial fue su faceta solidaria con los demás. Poca gente la conoce, pero fueron muchísimos los viajes en solitario a los Balcanes, con su furgoneta cargada de comida, ropa y suministros para los más necesitados, los niños que vivían en los orfanatos de una zona asolada por la guerra. Su incansable labor humanitaria fue premiada en 1996 con la Orden del Imperio Británico (OBE). Ya en 1986, la había obtenido (MBE) por su trayectoria deportiva.
 
 
Hace pocos días he regresado de cumplir un viejo sueño. Un mes en solitario con mi querida Mille por las islas británicas, atravesando España y Francia, con el objetivo de vivir en primera persona el Tourist Trophy. Próximamente escribiré algunos post contando el viaje, con la idea de entretener y compartir datos de lo que ha sido una experiencia realmente enriquecedora. Pero ya os adelanto que varios de los momentos mágicos del viaje han sido en torno a la figura de Joey. Diez días en Isla de Man dan para rodar varias veces por el TT Mountain Course, una de las experiencias más excitantes de mi vida. Pero visitar el monumento a Dunlop en la Montaña, a ese Rey que contempla lo que fueron sus dominios, ha sido una de las más emocionantes.
 
 
Siento un enorme respeto, cariño y admiración por este hombre, por toda la estirpe Dunlop. Por eso, tras disfrutar del Tourist Trophy, crucé a Irlanda y tras una visita fugaz a Belfast, me dirigí a Ballymoney. No podría explicaros como me sentí al estar frente al Joey’s Bar… Por desgracia al ser tan temprano estaba cerrado y no pude esperar a que abriesen. Me queda pendiente tomar una cerveza allí, palpar su espíritu en el interior, en lo que tiene que ser un auténtico museo, un santuario. Irlanda y sus gentes me han cautivado tanto que no será difícil decidirse a volver.
 
 
A pocos metros del bar se encuentra el Joey Dunlop Memorial Garden. Y entonces sientes que has llegado a la Meca. Una estatua similar a la de la Montaña preside el jardín, con un muro con todos sus logros grabados en letras doradas. Un arco que simula una corona de laurel te conduce a la zona dedicada a Robert. El corazón te explota de emoción. Estar en ese lugar, tributo a los dos hermanos, en su pueblo… viniendo de ver como Michael, sobrino e hijo, se convierte en leyenda viva del TT con cuatro victorias, uf…
 
Al irme, me paro en el semáforo, paralelo a la estatua de Joey con su VTR. Mi mirada fija en él. Al encenderse la luz verde, antes de arrancar, no puedo evitar hacerle las uves, y entonces veo por el rabillo del ojo, que una pareja de ancianos que esperaban para cruzar, me sonríen emocionados... No me avergüenza deciros que brotaron lágrimas bajo el casco durante varios kilómetros.
 
 
Querido Joey, allá donde estés espero que haya cerveza de sobra, porque seremos muchos los que querremos compartirla contigo cuando nos llegue la hora.
 
William Joseph Dunlop
1952 – 2000
KING OF THE ROADS
 
 
 

NOTA: Este post es una réplica del que escribí en Junio de 2010 cuando era editor de MotorpasiónMoto. Tras ver lo mucho que gustó, e incluso fue copiado por varios blogs, me alegro de, muy humildemente, haber contribuido a difundir la figura de esta persona tan extraordinaria.
 

Vía y fotos | The Joey Dunlop FoundationIOMTT, WindoWeb.


TTour 2013: comenzando a soñar

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Uno se siente raro cuando está a punto de cumplir un viejo sueño. En mi caso hacía unos veinticinco años que anhelaba ver un Tourist Trophyen vivo. Desde que estaba en el instituto y leía las crónicas de las carreras, que eran parcas en contenido, pero suficientes para que me impresionase esa competición en esa extraña isla. Ya era hora. Esta vida es corta y pasa rápido. Joder si pasa rápido. Cuando tenía tiempo no tenía dinero, y cuando tenía dinero no tenía tiempo. Y así un año, y otro, y otro… y llegó noviembre del año pasado, un mes después de haber estado más de dos semanas milleando por el norte, con el culo aún dolorido por esa tablaque llevo por asiento. Entonces por fin me planteo el viaje en serio. Entro en la web de Steam Packet, los ferrys que operan en Isla de Man, pensando que todavía no estarían a la venta los billetes (iluso de mí), y veo que ya estaban agotados para las fechas que había planeado. La indecisión se apoderó de mí, pero entonces mi dedo índice tomó la iniciativa sobre el ratón. Clic, clic, clic, clic,… No tardé ni cinco minutos en reservar mis billetes. No debía pensarlo, no podía dejarlo para otro año. Era hora de ir a La Isla.


Esos meses de espera no pasaron tan rápido, más bien se hicieron eternos. Mi estancia en Isla de Man sería de diez días, llegaría el primer día de la semana de entrenos y me iría el tercer día de la semana de competición. Al final me perdería dos días de carreras, pero eran las migajas que me habían quedado por reservar tan tarde. De paso haría una toma de contacto con Inglaterra, Escocia e Irlanda, y a la vuelta volvería por Franciavisitando Bretaña, región en la que estuve dos semanas de intercambio en mi época institutera. Todo pintaba de maravilla antes de partir… pero las expectativas de este viaje se quedaron cortas, muy cortas, porque la magia que viví en ese mes me acompañará toda la vida.

 
 
A pesar de tener callos en el culo de montar en moto, este era mi primer gran viaje por el extranjero en solitario (porque Portugal no cuenta…), y antes de salir sentí algo que nunca había sentido al coger una moto: miedo. Y no, no me entendáis mal. No era un miedo a la moto, a conducir al revés, a tener un accidente u otras cosas escabrosas. Era miedo a que cualquier gilipollez me chafase mi sueño. No me gusta viajar con la sensación de tener que cumplir un horario o un plan, pero teniendo que coger cuatro ferrys… pues me acojonaba bastante que cualquier pequeño percance, como un pinchazo, me hiciese perder uno de estos barcos de los que dependía en gran parte mi viaje. Por suerte esa sensación se disipó al embarcar en el primero, el que me llevó a Portsmouth desde Santander, ese de la foto de cabecera.
 
Pero vayamos por partes. Una vez que compré los billetes de la Steam Packet a Isla de Man, desde Inglaterra a la ida, y hacia Irlanda a la vuelta, me puse a redondear el viaje. Tras cruzar la península cogería el primer ferry de Santander a Portsmouth. Atravesaría Inglaterra hasta Escocia y luego iría por la costa oeste inglesa hasta Heysham, donde embarcaría a Douglas. Después del Tourist Trophytomaría mi tercer barco, hacia Larne, cerca de Belfast. Recorrería Irlanda durante casi una semana y finalmente cogería el último ferry, de Rosslare a Cherburgo. Y ya en Francia alargaría la bajadamás o menos dependiendo de la pastaque me quedase. Tras reservar algunos albergues y Bed&Breakfast el plan de ruta estaba trazado. La emoción era poca
 
 
La moto no la preparé especialmente, la confianza que tengo en ella es muy grande. Digan lo que digan de las motos italianas, mi Mille ha sido testigo más de una vez de como una japonesa ha dejado tiradoa algún amiguete, pero ella va como un reloj. Una buena revisión, líquidos nuevos y lista. Eso sí, estrenaba un GPS bajo la cúpula para este viaje, lo que fue un gran acierto. Le saqué partido para aprovechar mejor el tiempo, no perderme, encontrar e improvisar rutas y localizar sitios de interés. Queda raro en una deportiva, pero es efectivo a tope. Alforjas y bolsa sobredepósito ya tenía, así que no necesitaba nada más. Bueno, la moto no. Pero se hizo necesario renovar el equipo personal. La cordura y el Gore-Tex hicieron acto de presencia, no parecía conveniente hacer un viaje de este tipo y por esos lares con un mono de cuero de una pieza y las botas de Robocop.
 
 
Debía estar un lunes en Santander y pensaba atravesar la piel de toro el día antes, pero las ganas de estar encima de la moto pudieron conmigo y el viernes por la tarde me puse en marcha. Poca cosa, una etapa prólogo hasta Jaén en la que me diluvió todo el camino, incluso me granizó durante un tramo tras pasar Granada. Pero el agua en carretera no me preocupa, ahora, en ciudad es otra cosa. Entré por la Avda. de Granada, y joder, no recordaba lo que deslizaba el “asfalto” de sus rotondas mojado. Estuve a puntito de irme al suelo por esquivar a una kamikaze con un Seat Panda… hijaputa, estaba empezando y ya me estaba poniendo a prueba el corazón. Muy buenotambién el suelo liso de la gasolinera con sus charcos de gasoil mezclado con agua… Y es que no exagero, la maniobrabilidad de una deportiva hasta arriba de carga es nula. Con agua hay que ir con pies de plomo.


Esa noche, en la mejor compañía posible, brindamos con Alcázar por los viajes soñados. Por la mañana, sin madrugar demasiado, me puse rumbo a Madrid. De nuevo la lluvia me acompañó todo el camino hasta poco antes de llegar a Tres Cantos, donde disfruté un buen rato de buenos amigos. Después de comer y con unos escuderos de auténtico lujo, partí hacia El Espinar, en Segovia, donde paré un ratito a saludar a un grupo de asilvestrados que estaban de parranda. Buena gente. Ya en ruta, de nuevo en solitario y sin la nieve que nos encontramos en el Alto de los Leones, enfiléSalamanca, donde pasaría la noche. Pero pocos kilómetros antes de llegar, tuve una de las dos cagadas del viaje. Hacía lustros que no me pasaba, creo que sólo una vez con mi vieja GPZ… Nada, que me quedé tiradoen la autovía sin gasolina.
 
 
Al menos no llovía. Y el caso es que la reserva me duró unos cuarenta y cinco kilómetros. Iba por autovía, confiado en encontrar una gasolinera, y nada de nada. En fin, menos mal que estaba cerca de la casa de mis amigos y acudieron al rescate en pocos minutos. Qué vergüenza, encima que me daban cobijo tuvieron que hacer de asistencia en carretera. Gracias por todo, pareja. Ese día aprendí a utilizar el GPS para buscar gasolineras, cosa que me vino muy bien en más de una ocasión. Haría el pardillopor otros motivos, pero no por quedarme seco. Esa noche, por cierto, secono me quedé. Hay que decirlo en negrita: tapear por Salamanca es un gustazo. Y más si vas con anfitriones de lujo como yo. Me encantó el ambiente, las tapas, los garitos. Creo que tendré que volver y dedicarle más tiempo a esta pedazode ciudad.


El domingo por la mañana era el Gran Premio de Francia, tocaba sufrir a los comentaristas, pero antes fui testigo de un trueque motero. Una enduro por una naked de gran cilindrada. Mola ver que en estos tiempos tan jodidos algunos aficionados se entienden para disfrutar de nuevas monturas. Dani Pedrosa ganó, Crutchlow y Márquez le acompañaron en el podio. Y yo me subí de nuevo en la moto. Poco después de partir empezó a llover con ganas, y no vi el sol hasta poco antes de llegar a Santander. Fue un trayecto incómodo, con mucho viento. Pero había que celebrar esos primeros mil kilómetros. Como no, con un par de pintas y unas rabas del Gelín.


Al día siguiente me desperté con la misma sensación que tenía de crío un Día de Reyes. Cargué la Mille y me fui en busca del Cantábrico. Después de perderme un poco por las obras del nuevo Centro de Arte del amigo Botín, por fin acerté con la entrada al puerto. Tras pasar las garitas de control de la naviera y de la policía, llegué al muelle donde estaba atracado el ferry. Nunca voy a olvidar la emoción que sentí al verme rodeado de compañeros motards entrando en la bodega del Pont-Aven… ¡Ahora sí que empezaba el viaje!


Entras a la gran bodega, te indican donde dejar la moto, ves como la amarra el marinero y subes para arriba. Veinticuatro horas de trayecto te esperan. El día era perfecto. La mar estaba en calma y así sería todo el trayecto, aunque la verdad es que no me hubiera importado un poco de meneo que me recordase que estaba en un navío, no me gustan estos chismes “tan ciudad de vacaciones y tan poco barcos”, aunque este no era excesivamente grande. Estaba bien equipado, el wifi funcionaba y la cerveza estaba fría, algo cara, pero era uno de los gastos imprescindibles del viaje. Además, había que mimetizarse como un guiri más. Sólo me faltaba una piel más blanca y una camiseta roñosa de la NW200.
 
Uno de los problemas de viajar solo es que casi todos los alojamientos están pensados para parejas. Me refiero a que casi pagas lo mismo por una habitación o como en este caso, por un camarote, yendo solo o acompañado. Para ahorrar pillé un sillón en uno de los salones, compartido con más pasajeros. La próxima vez espero disponer de más pastay hacerme con un camarote. Si tienes suerte das con gente educada, pero te arriesgas a que a un gilipollas le suene la alarma del móvil a las cuatro de la mañana, tarde más de un minuto en apagarla y te joda el resto del sueño… Por no hablar de los ronquidos. Una pena porque el sillón era más o menos cómodo.


Al mediodía llegamos a Portsmouth. Varios buques de guerra de la Royal Navy te dan la bienvenida según avanzas por el canal. Algunos quizá sean los mismos que se dejan ver de vez en cuando haciendo maniobras por Gibraltar. Ya se sabe, cosas de la guerra fría
 
La emoción del desembarco hizo que me olvidase del cansancio y la pequeña resaca. En la bodega me esperaba mi amiga italiana meneando el escape. A ella también le había hecho ilusión navegar por el Golfo de Vizcaya y estaba deseando que sus zapatos catasen el asfalto inglés. Arrancamos, salimos del buque muy concentrados por aquello de circular por la izquierda por primera vez. Un policía muy serio me pide los papeles en su garita y me dice que me baje el neopreno para verme la cara. Lo que ve es una enorme sonrisa en el rostro de un tipo que está comenzando a soñar.


En Nostromoción:
   ···
   · II) TTour 2013: Inglaterra & Escocia.
   · III) TTour 2013: Escocia.
   · IV) TTour 2013: Escocia & Inglaterra.
   · V) TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (I).

 

TTour 2013: Inglaterra & Escocia

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Primera rotonda. Al loro. Es el consejo que me habían dado todos los amiguetes que ya habían estado por aquí, tener especial cuidado y acordarse de mirar a la derecha en las rotondas. OK. Pasados unos kilómetros te acostumbras a conducir al revés, no es para tanto. Supongo que en coche debe ser más raro por eso de estar con el volante a la izquierda, o por lo de cambiar de marchas con la zurda si pillas un coche de alquiler. En moto te haces rápido a ello. El GPStambién te lo recuerda, además de chivarte todo. Es cojonudo, cualquiera que me siguiese creería que conocía la zona. Le empecé a coger el gustillo. Pero eso sí, reconozco que si sólo te fijas en él sin tener claras las carreteras por las que tienes que ir, te vuelves un poco gilipollas… no te quedas con la copla de por dónde pasas. Lo suyo es combinarlo con un mapa de los de toda la vida.
 

Eran más o menos las cuatro de la tarde cuando salí del puerto de Portsmouth. El objetivo era hacer noche en Nottingham. No iba a ser una ruta pintoresca ni de curveo. La idea era llegar a Escocia haciendo los mínimos kilómetros posibles, o sea, por autovía. Era martes y tenía hasta la madrugada del viernes para hacer una pequeña toma de contacto con la zona. Ya tenía claro, y ahora más, que Inglaterra ofrece mucho y bueno para el que viaja en moto, pero me hacía especial ilusión subir hasta Escocia y disponía de pocos días. Habrá que volver.
 
 
Al ver las fotos que había hecho la cámara que llevaba en el casco, me hizo especial ilusión descubrir esta en la que nos saludamos un motard inglés y yo. Eran mis primeros kilómetros por sus tierras, y todos, absolutamente todos los compañeros me saludaban. Empezaba a acostumbrarme a mover la cabeza para hacerlo, y oye, después de casi tres semanas por allí casi que ahora me gusta más así que la uve con los dedos. Hace poco también lo comentaba un amiguete viajero por la red. Creo que empezaremos una cruzada por la península para que sea igualmente válido ese gesto entre caballeros andantes.
 
 
Aun teniendo que desviarme un poco del trayecto, no podía dejar de visitar Stonehenge. Las jodidas piedras, a pesar de estar un poco masificadas de peña, son mágicas de verdad. Es un gustazo estar frente a ellas. Al ir tan cargado pequé de esa desconfianza patria, innecesaria allí, y no quise dejar la moto sola. Así que las vi e hice fotos desde fuera de la valla. Al entrar al recinto haces un recorrido alrededor de las rocas pero también algo alejado. Recomiendo su visita, no sabría deciros el porqué pero sientes que es un lugar cargado de energía.
 
De nuevo en ruta continúo fijándome en las particularidades de las carreteras inglesas, como esas zonas de descanso cada pocos kilómetros, o la cantidad de bosques y prados verdes que jalonan el recorrido. También me pareció que la mayoría de radares instalados en los puentes de las autovías son frontales, al menos vi un flash al pasar por uno... no por mí esa vez. El premio iría a parar al hogar del feliz propietario del Porsche que me estaba adelantando.
 
 
A pesar del cielo nublado durante todo el trayecto, la lluvia esperó a que entrase en Nottingham para hacer acto de presencia. Los casi cuatrocientos kilómetros que acababa de hacer no habían tenido nada de particular, la verdad. Y es que una autovía es aburrida esté donde esté. Tras charlar un rato con el simpático hippiedel albergue y resguardar la Millecon su funda en un sitio discreto, me instalé en mi habitación. No me apeteció salir de turismo, era ya casi de noche y estaba muy cansado, me estaba pasando factura el haber dormido mal en el ferry. Por suerte sé lo que hace falta en estos casos. Había una tienda cerca en la que compré algo de picoteo y un pack de Heineken. Mientras aprovechaba el wifi subiendo algunas fotos y charlando con los amiguetes de la red, me soplé las birras. Al poco rato caí redondo en el catre y dormí del tirón.
 
 
Me levanté perfecto. Y es que como se agradece una cama, aunque esté llena de chinches… Antes de poner rumbo a Edimburgo, y ya con la moto cargada, me pasé a echar un vistazo al Castillo de Nottingham. Tal y como me habían dicho en el hostelno es nada del otro mundo, aunque si cuenta con unos bonitos jardines con una estatua de Robin Hood arco en ristre. Imagino que en esta zona de las Midlands del Este hay mucho por ver, pero continué hacia arriba en mi empeño por conocer un poquito de Escocia.
 
 
Una vez que puse las ruedas en la M1 (la carretera, no la Yamaha) comencé un largo trayecto por autovía en el que fui dejando atrás ciudades como Sheffield, Leeds, York, Darlington, etc. Pensando iba en que seguro que todas ellas eran merecedoras de una visita, cuando, la verdad no recuerdo donde, creo que pasado Durham, la autovía se tornó carretera nacional y a pesar de estar algo cansado ya, es cuando empecé a disfrutar de verdad de la ruta. El paisaje que bordeaba el firme unas veces lo conformaban enormes árboles y otras inmensos prados verdes, muchos tapados de flores amarillas.
 
 
A pesar de que la mayoría de las pocas curvas que encontraba eran para enlazar grandes rectas, el buen asfalto, la escasez de tráfico, la ausencia de guardarraíles y un cielo que pasaba de lo más gris a lo más luminoso cada pocos minutos, hacían que el corazón comenzara a hincharse de emoción. Realmente empezaba a creerme que estaba allí, a mi puta bola, con rumbo a la más absoluta felicidad… Antes de llegar al río Tweed, que por esa zona ejerce de frontera entre Inglaterra y Escocia, atraviesas varios pueblos con las típicas casas de piedra de la comarca, con no más de dos alturas, como Longframlington o Wooler.
 
 
Una vez que cruzas el puente, un cartel te da la bienvenida a la tierra de William Wallace. Un poco más adelante entras en Coldstream. Allí aproveché para repostar, y mientras lo hacía, me fijé que un señor mayorcete en los mismos menesteres que yo con su furgoneta, no le quitaba ojo a la Mille. Al cruzar nuestras miradas le sonreí y me respondió: “Lovely bike!”. Coño, acababa de llegar y ya me caían de puta madre los escoceses. Tras salir de pagar de la tienda me estaba esperando. Hay que decir que no practicaba mi inglés hacía varios lustros, pero entre gestos, repeticiones y buen rollomantuvimos una bonita charla unos quince minutos. Me contó que hasta hacía unos años había tenido una Triumph pero que, después de romperse una pierna en una caída, su mujer le prohibió montar más. Él fue el primero que me dijo que había estado en Binalmadína (Benalmádena). Y es que la mayoría de escoceses con los que hablé, habían estado allí o incluso tenían un apartamento, buscando el sol como los caracoles.
 
Con ese buen sabor de boca que te deja encontrarte con buena gente por el camino, proseguí hacia la actual capital. A pesar de las enormes rectas seguía disfrutando, más cuando me encontraba con alguna curva que me permitía redondear el donuttrasero, que ya empezaba a fundirsepor la zona central harto de tanta autovía y peso.
 
 
En las inmediaciones de Edimburgo la cosa cambió y me vi envuelto entre la gran cantidad de tráfico que mueve una ciudad así, aunque nada comparado con un Madrid, por ejemplo. Una vez en el casco urbano me fui directo a la zona de Old Town. Al inicio de Castlehill, la cuesta que da al único acceso al Castillo, llama la atención encontrarse con The Hub, una antigua iglesia reconvertida en un moderno café. Allí es donde organizan los eventos del Festival de Edimburgo, uno de los más importantes de Europa, que se celebra en agosto. A pesar de pillarlo en obras, el Castillose ve imponente. No entré porque se necesitan varias horas para visitar en condiciones esta fortaleza, y yo seguía en modo toma de contacto.
 
 
Desde luego es un crimen dedicarle sólo poco más de dos horas y media a esta magnífica ciudad, pero el objetivo real de este viaje seguía siendo el Tourist Trophy. Eso sí, me han cautivado tanto estas tierras que me pongo a babearpensando en el día en que pueda volver con tiempo suficiente. Continué mi visita con la zona peatonal de la calle más famosa, la Royal Mile. En su totalidad discurre entre el Castillo y el Palacio de Holyroodhouse, y de su longitud nace la extraña milla escocesa. Son incontables las tiendas de regalos, restaurantes y pubs con que nos tropezamos en este sector de la urbe. Incita a perderse por ella y sus curiosos callejones.
 
Turistas y nativos se entremezclaban por las calles, el día era soleado e invitaba a salir al exterior, a pesar de que corría una brisa fría que te helaba cara y manos. Me estaba encantando Edimburgo. Muchos españoles, muchísimos. Algunos al verme haciendo fotos y tras ojear la matrícula se ofrecían a hacerlas ellos para que saliese en alguna. Una joven y muy simpática pareja charlaron conmigo unos minutos. Habían dejado en casa su Ducati Monster y venido en avión. Sutilmente me dejaron caer que estaba completamente zumbao por ir hasta allí en una deportiva. No les di la razón diciéndoles el dolor de cuello y de culo que ya empezaba a acompañarme, y que no se fue hasta dos semanas después de volver a casa. Pero creo que lo comprendieron todo al ver el brillo de mis ojos. Y es que era feliz de cojones.
 
 
En Nostromoción:

TTour 2013: Escocia

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Es difícil perder la sonrisa mientras uno disfruta del ambiente y el panorama que te ofrece Edimburgo. Tras visitar la Royal Mile y la Catedral de St Giles, volví a subirme a la moto y me dirigí a Calton Hill. A esta zona la llaman “la Atenas del Norte” por la cantidad de edificios y monumentos al más puro estilo griego clásico que hay. En la colina te encuentras con el Monumento Nacional de Escocia y el Monumento a Nelson, entre otros. Pero sobre todo con unas vistas espectaculares de la ciudad. Yo poco pude disfrutar de ellas ya que, mientras terminaba de subir las escaleras y la empinada cuesta de acceso, comenzó a llover bastante fuerte y toqué retirada.



Hacía un momento que el sol dominaba las alturas, ¿de dónde coño habían salido esas nubes? Una pena porque con lo que resoplé para llegar arriba bien me merecía unos minutos para disfrutar del paisaje y hacer unas fotos, pero era una lluvia de esas desagradables que atacanlateralmente por el vientazo reinante. Pensé que mejor me iba ya a Stirling. Pero… ¿seguro que Murphy era yanqui? ¿No sería escocés? Nada más volver a subirme a la Mille salió de nuevo el sol. Así que me volví a parar en un puente para hacer algunas fotos más y, al quitarme el casco… sí, se oscureció todo de repente y comenzó a granizar al son de un viento helado de tres pares. Tras dos horas y media abandonaba Edimburgo. No sé si fue buena idea hacer esa pequeña toma de contacto porque me quedé con ganas de quedarme un par de días… Muy recomendable, pero id con tiempo para disfrutarlo como se merece.
 
 
El camino hacia Stirling, antigua capital del Reino Escocés y donde pasaría la noche, no lo recuerdo bien, supongo que por estar concentrado al máximo en conducir con granizo primero y lluvia después. Al menos escampó al llegar al Willy Wallace Hostel, albergue con buen ambientillo de trotamundos y gente joven. La jornada no había estado mal, unos quinientos cincuenta kilómetros, de los que disfruté de verdad los ciento treinta anteriores a Edimburgo. Por la noche me di un paseo y me tomé unas cervezas en un pub. Volví a dormir como un lirón. La Millela dejé en el aparcamiento de la estación de tren. La pobre fue la única noche que durmió sin su funda y me lo echó en cara por la mañana tosiendo tres veces antes de arrancar. Mucho, mucho frío.
 
 
Para ese día, jueves ya, tenía un “ambicioso” plan de ruta que como veréis no pude completar, aunque la alternativa no estuvo nada, pero que nada mal. La idea era ir hasta Inverness, Loch Ness y Fort William, pero los pronósticos de nevadas en esa zona, y sobre todo no haber madrugado y tomarme las cosas con demasiada calma, hicieron que desistiera del intento… Salí de Stirling al mediodía. Tiene bastante encanto y, aunque no trasnoché demasiado, me pareció ver una buena atmósfera nocturna, con mucha gente joven de parranda. La visita a su castillo y al Monumento a Wallace (en las afueras) son obligadas. Por cierto, seré un raro, pero me gusta pasear por cementerios añejoscomo el que hay bajo el castillo, de esos apacibles de verdad, con árboles, lápidas hincadas en la hierba… y buenas vistas, aunque sus inquilinos no las puedan disfrutar.
 
 
En mi senda hacia el norte iba completamente ensimismado con la intensa gama de colores que iba encontrando. Sinceramente, creo que en Escocia se inventó el verde, verás tonos que ni imaginabas. Sin apenas darme cuenta me topé con Perth, puerta de las Highlands. Está situada al oeste del río Tay y las vistas desde cualquiera de los puentes que lo atraviesan son preciosas. No es una ciudad muy grande pero es realmente bonita. Tras callejear un buen rato por ella, me dirigí, empujado por el fortísimo viento, hacia el Palacio de Scone, otro de los atractivos de la zona. Y es que este castillo está construido sobre la antigua Abadía de Scone, lugar donde se coronaba a los reyes escoceses en la Edad Media. Precioso sitio, con un sencillo camino de acceso jalonado por unos magníficos y enormes árboles, y unos bellísimos jardines de pinos y hierba pulcramente cortada.
 
 
Al volver hacia la carretera me paré a hacer unas fotos, y entonces pude comprobar de nuevo la increíble capacidad que tiene aquí la climatología para volverse una anarquista sin piedad. Los soleados claros se tornaron en oscuridad y granizo. Y sí, ahí es donde consulté de nuevo las previsiones y decidí dar marcha atrás y quedarme sin visitar el famoso Lago Ness, cosa que en esos momentos me contrarió bastante, pues me hacía muchísima ilusión conocerlo. El estado del neumático trasero también influyó en que finalmente no me metiera en camisas de once varas. Y es que, a pesar de que es de día hasta pasadas las once y media, no me apetecía llegar tan tarde a mi siguiente campamento base. No erré en la decisión, habíamos venido a disfrutar.
 
 
De nuevo con rumbo suroeste, tomo el desvío hacia Loch Lomond. Mientras el cielo comienza otra vez a despejarse, me encuentro con una carretera bacheada pero preciosa. Empiezo a fliparcon las comarcales escocesas, estrechas a veces, con una tupida vegetación que en algunos tramos te roza el casco… Solitarias, tanto que te puedes parar tranquilamente a hacer una foto en mitad del firme sin miedo a que aparezca ningún coche en muchos minutos. Ya no me acuerdo de Nessy. Ni del dolor de cuello y culo. Ni de que soy una persona. Me siento centauro, fundido con mi vieja amiga. Y aún no había visto nada. Ese día me deparaba una sorpresa en forma de felicidad absoluta. Y recordé la frase que suele decir un buen amigo: cuatro ruedas mueven el cuerpo, pero dos mueven el alma. Vaya si la mueven.
 
 
Con una sonrisa enorme llego a mi destino, el Sunnyside B&B, en Balloch. Me recibe el dueño, Frank Smith, personaje afable y peculiar. Nada más llegar me enseña su impoluto Ford Escort RS Cosworth, con 21 años. Porque, sí, él también es un quemado y le encanta recibir a otros en su casa. Antiguo soldado de la Royal Navy en submarinos, tiene un recuerdo de esa etapa en el pasillo de la casa. Un periscopio. Acojonante, hay que verlo. Después de instalarme en la coqueta buhardilla, charlo un buen rato con Mr. Smith. Hablamos de coches y de motos, y me recomienda una ruta para que haga esa tarde. Dice que me gustará, que parte discurre por una carretera comarcal, privada en su día y construida al gusto del antiguo terrateniente de la zona, un millonetis aficionado a los coches. Parece ser que revistas y programas especializados del motor prueban sus máquinas por allí de vez en cuando. También me toma nota para el desayuno del día siguiente; me decanto por supuesto por el típico escocés. Hice bien en no cenar.


Con más nubes que claros, y por fin sin nada de equipaje, me subo a la Mille dispuesto a disfrutar siguiendo al pie de la letra las recomendaciones de mi casero. Tras dejar atrás el Castillo Buchanan en Drymen, tomo la A81 buscando la A84 a la altura de Callander. Me meto de lleno en el Parque Nacional Loch Lomond & The Trossachs, y ahí comienza el festín de curvas y belleza. Lo sabía. Sabía que un tío que ha tenido un Porsche y ha rodado en Nürburgring no podría decepcionarme con sus consejos. Verme sin equipaje, sin tráfico y con un asfalto que agarraba como el Super Glue-3, hizo que en los primeros kilómetros entrase en una especie de frenesí en V60°. Pero de repente me di cuenta de que no quería correr, sólo quería emborrachar mis retinas de color, grabar en mi mente uno de los panoramas más hermosos que había visto en mi vida. Rodar por allí con mi amiga italiana estaba resultando mágico. Ese paisaje y esa luz me envolvían llevándome con el corazón continuamente encogido.
 


Me alegré de no haberme obsesionado con el Lago Ness y no haber ido, porque quizá no le hubiese prestado a esta zona la atención que merece, y hubiese sido imperdonable. Una vez que llegué al Loch Achray me desvié un poco para visitar la orilla sureste del Loch Katrine, donde dicen que Sir Walter Scott se inspiró para su poema ‘La dama del lago’. De allí continué hasta Callander, dejando Loch Venachar a mi derecha. Tras repostar y respirar hondo comencé a volver por el sur, buscando el Lago de Menteith. Y una vez cerca de Aberfoyle de nuevo por la carretera por la que había venido. Esa ruta ha sido de las más memorables que he hecho en moto en mi vida... y lo alucinante es que habían sido apenas cien kilómetros entre ida y vuelta al B&B. Al llegar sólo pude decirle a Mr. Smith: “Uf… incredible”.
 
 
NOTA: Loch Lomond and The Trossachs National Park, apuntadlo bien. Habréis notado que esta vez he abusado de nombres de lugares. Ha sido aposta. Y es que las cosas bonitas de la vida, pese a que sean simples carreteras, colores o cielos, hay que compartirlas. Yo sólo recorrí la parte sureste, pero ya sueño con volver y explorar a fondo esos parajes.
 
 
En Nostromoción:

TTour 2013: Escocia & Inglaterra

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Mientras saboreaba una cerveza en mibuhardilla, charlando con los amigos de la red, no dejaba de pensar en la preciosa Trossachs Trail que había conocido esa tarde. Un verdadero gustazo para los sentidos rodar por allí. Al día siguiente comenzaría mi camino hacia Heysham, donde por fin embarcaría hacia Isla de Man. Aún me quedaban unas horas por disfrutar de Alba(así la llaman en gaélico), pero ya había decidido incluirla en mi particular lista de lugares que me han enriquecido el alma. Estaba completamente enamorado del país y de su gente. Amables, siempre contestando al zumbao de la moto con una sincera sonrisa. Vamos, que me quedé dormido soñando que iba en la Millecon una falda… y una gaita cogida con pulposen el colín.



 
El mordisco que le había dado a Escocia era pequeño, pero el bocado que le pegué al desayuno típico escocés que me habían preparado Mr.&Mrs. Smith fue grande, incluso demasiado para después ceñirse la faja de una espaldera y subirse a una moto. Y es que no dejé ni las migajas en ese plato rebosante de bacon, salchichas, alubias, puré de patata, tomates, champiñones y morcilla. Ay, ha sido escribirlo y sentirme saciado otra vez… Sobre las doce del mediodía, tras despedirme del gran Frank y su mujer, y charlar un poco con otro compañero motard cliente del B&B  (con una bonita Triumph Bonneville cargada hasta las trancas), arranqué y puse rumbo al sur.
 
 
Mi ferry hacia Douglas partía a las dos y cuarto de la madrugada, así que disponía de un largo día para gozar de los casi quinientos kilómetros de ruta sin prisas. Mi primera parada fue en Paisley. Me impresionó la iglesia Thomas Coats Memorial, una joya del gótico en arenisca roja. Con más de cien años de antigüedad, la llaman la Catedral Baptista de Europa. Y es que el que uno sea ateo no quita que disfrute de la arquitectura religiosa. La verdad es que incluso en pequeños pueblos me estaba encontrando auténticas maravillas en forma de iglesia. Ésta bien merece la visita.
 
 
A las afueras me encontré con el Barshaw Park, un enorme parque de los de verdad, donde los perros corren felices. No pude resistirme a sentarme un buen rato en uno de sus bancos, aprovechando para poner al día el diario y repasar la ruta.  Paisley Park… ¿se referiría a este Prince? A los pocos kilómetros entré en la mayor ciudad de Escocia, Glasgow. La primera impresión que me dio es que se trata de una ciudad moderna, nada que ver con Edimburgo, por ejemplo. Con tiempo sólo para perderme un poco por sus calles y echar un vistazo, me detuve en tres sitios muy concretos. La Necrópolis, la Catedral de San Mungo (que pillé en obras, rodeada de andamios) y George Square.
 
 
En la Plaza George me encontré con otro amable escocés que se ofreció a cortarme la cabeza en una foto y que, como no, también tenía un apartamento en Benalmadína. Tengo que decir que Glasgow no me cautivó demasiado, incluso me pareció algo fea y un poco descuidada en algunas zonas, pero sí que me gustó el rollo cosmopolita que le da su gente. De todas formas no os fiéis mucho de un tipo que sólo ha estado de paso por ella. Parece ser que cuenta con una gran propuesta cultural en forma de galerías y museos. Y con cuatro universidades, y siendo cuna de grupos como Texas o Franz Ferdinand, estoy seguro que debe tener un gran ambiente nocturno.
 
 
No muy lejos de Glasgow, a unos quince kilómetros en mi ruta hacia el sur, se encontraba el Castillo de Bothwell. Construido en el siglo XVIII fue una de las fortalezas más notables de su época. Hoy en día está en ruinas, aunque parece que lo están restaurando. Añejoy en un precioso entorno, me encantó. Tras un rato paseando por allí me puse en marcha, haría un tramo por la autovía M74 para quitarme rápidamente un buen tramo. Tocaba despedirse de Escocia y no dejaba de pensar en que sus ciudades y pueblos son preciosos, pero lo que realmente impresiona de estas tierras es su paisaje, su naturaleza, su luz. Rodando por sus carreteras experimentas una felicidad absoluta.
 
 
En las proximidades de Carlisle me desvié por una bonita, pero atestada de tráfico (imagino que tendría que ver que fuera viernes por la tarde), carretera nacional hacia la costa. De nuevo pisaba Inglaterra, estaba en el condado de Cumbria, y os aseguro que no le envidiaba nada en belleza a las tierras de las que venía. Como iba muy bien de tiempo hice una parada técnica en Whitehaven. Sin duda lo más bonito y llamativo de esta encantadora ciudad es su puerto. Allí me instalé un buen rato para reponer fuerzas con algo de picoteo mientras disfrutaba de las vistas. Y aproveché para improvisar en el GPS un itinerario con puntos de paso forzados y la opción de "ruta más corta" hacia Heysham.
 
 
El resultado del experimento no pudo ser mejor. Hubo un par de veces que incluso dudé en seguir por donde me marcaba… algunos parecían caminos que no llevasen a ninguna parte, impropios para una R, pero me lo estaba pasando tan bien que me olvidé de que no iba en una cómoda trail. Ya no era sonrisa de oreja a oreja, eran carcajadas bajo el casco. Espectaculares comarcales sin tráfico, caminos rurales y atajos por bosques que te hacían reír una y otra vez de felicidad. Me costaba creer que estuviese disfrutando tanto o más que el día anterior por la Trossachs Trail.
 
 
Rutas así te recuerdan y hacen que sientas la auténtica esencia de viajar en moto. Después de fliparcon estos últimos kilómetros tuve que hacer un pequeño tramo por autovía hasta Heysham. Algo anodino, pero después de once horas de moto me alegré de llegar al destino sin más novedades que una sonrisa que no había manera de borrar de mi cara. Eran casi las once de la noche y aún no había anochecido del todo. Según me acercaba iba distinguiendo las figuras de los que ya esperaban para embarcar hacia Douglas. Tres autocaravanas (remolque con moto incluido) y siete u ocho motos habían llegado antes que yo.
 
 
Un compañero con otra RSV se puso a charlar conmigo. Me enseñó cómo había recortado su carenado y había instalado un manillar ancho. Me dijo que lo agradecería y yo no supe como traducirle que “sarna con gusto no pica”. El buen rollo reinaba, íbamos Man. Poco a poco comenzaron a llegar más compañeros motards: ingleses, holandeses, daneses y franceses, ningún español. Estaba emocionado. Había pasado unos maravillosos días de viaje, pero por fin llegaba el momento soñado, el objetivo real de este periplo. Tras una fría espera embarcamos en el ferry de la Steam Packet. Una vez en mi asiento, esperando a que zarpáramos para echar una cabezada, pensé en las compañeras de bodega de la Mille. Me di cuenta de que apenas había modelos ruteros, con maletas o baúles. La gran mayoría llevaban los bártulos sujetos con pulpos… y lucían muchas erres en sus carenados.
 
 
En Nostromoción:
   · III) TTour 2013: Escocia.
 
 

TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (I)

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Rendido por la larga jornada diurna de viaje y la espera nocturna para el embarque, caigo redondo en la butaca antes de zarpar. A las tres horas, mientras el Mar de Irlanda mece con suavidad el ferry, el sol atraviesa la cristalera y me da en la cara. Diviso tierra. Estamos aproximándonos al puerto de Douglas y nos indican que bajemos a por nuestros vehículos. La bodega huele como debe oler un barco mercante, a salitre, grasa y pintura. Olor familiar para mí. Atracamos. Suelto la cincha que sujeta a la Mille. Le acaricio el tanque y me subo en ella. Cuando el marinero me indica que salga me entra un escalofrío, a pesar de tener el corazón ardiendo. Me pongo en marcha. El sol me da en la cara y lágrimas de emoción brotan bajo el casco. He cumplido uno de mis grandes sueños...
 
¡ESTOY EN ISLA DE MAN!

 
Es difícil expresar como me sentía mientras me dirigía al camping. No me lo podía creer. No había visto nada aún pero ya me sentía especial por estar allí. La sensación que uno tiene cuando cumple un viejo sueño es increíblemente mágica. Esto no era un viaje más, una experiencia más. Era cerrar por fin un círculo que se había abierto hacía muchos años, más de media vida. Llegar allí con mi vieja amiga, esa superbike que un día también soñé tener, después de diez años juntos, era algo que me desbordaba. Los que hayáis conseguido algo largamente anhelado sabréis que no exagero.
 
 
Eran las seis de la mañana y físicamente estaba fundido, pero tenía las pilas del corazón tan cargadas que era imposible plantearse descansar nada. Había decidido que mi estancia en Man sería en camping. Eran diez días y con un viaje tan largo entre manos no podía permitirme un hotel. Al llegar al TT Camping comprobé que era de los primeros en llegar, no en vano era el primer día de entrenamientos. Monté la tienda y tras explorar un poco las instalaciones me fui a comprar cerveza y algunas provisiones. 
 
Por si a alguno os pudiera interesar, ya os adelanto que esta zona de acampada está bastante bien. Está muy cerca del Grandstand, a unos siete u ocho minutos andando. En realidad es un campo de fútbol que habilitan como camping para el Tourist Trophy. Instalan una gran carpa con mesas y sillas para que puedas comer y resguardarte del frío y la lluvia. Los vestuarios tienen el agua de las duchas caliente, algo importante como veréis más adelante. A mí me costó 48£ seis noches. A eso hay que sumarle 20£ más por alquilar una consigna con enchufe, porque los que hay en los vestuarios los desconectan, tenedlo en cuenta porque no lo ponen en la web. De todas formas no está de más, yo la usé para guardar y cargar portátil y cámaras.
 
 
Con todo ya instalado me dirigí al Grandstand. Emocionado por el ambiente que se respiraba, comencé a deambular por ese paddock en el que parece que has retrocedido en el tiempo, donde hay buen rollo, compañerismo, épica, romanticismo... y muy pocas estrellas, pero muchas bolas de acero. Me crucé con Michael Dunlop, Ryan Farquhar y Michael Rutter, leyendas vivas del TT, que estaban a su aire de aquí para allá. Empezaba a flipar con esa atmósfera tan AUTÉNTICA. Llevaba unas horas en la isla pero ya sentía que ese era mi sitio.
 
 
Aquí no hay VIP Village. El aficionado puede pasear y observar desde dentro como trastean las motos en los distintos boxes, incluso algunos te invitaran a entrar si te ven con alguna baba colgando. Es un lujazo. Nada que ver con un Gran Premio o una carrera de Superbikes. Esto es la esencia de las carreras, el origen de todo. Sin contaminar. Uno sabe que ya nada será igual después de asistir a un TT. No es que te deje el listón alto, es que te cambiará la vida, y cuando vayas a un GP será como ir a los recreativos con los amigos. Porque en Isla de Manson tan importantes los pilotos como los aficionados que se congregan para disfrutar de las carreras. Allí sientes que formas parte de algo grande y maravilloso. Algo especial, mágico y único en el mundo.
 
 
Al ser el primer día muchos estaban simplemente descargando las motos y poniendo en orden el chiringuito. Los entrenamientos de esa tarde estaban reservados a los newcomers (novatos), los sidecars y las lightweights. Las motos más grandotasno verían la pista hasta el lunes, excepto los nuevos. Entre todos ellos sobresalía el australiano Josh Brookes, compañero de Guy Martinen el Tyco Suzuki. Viéndole después en pista cualquiera diría que era su primer Tourist Trophy. Pero esa es otra historia. Por más que estaba disfrutando cotilleando por los boxes de los intocables del Mountain Course, no acababa de encontrar el de un apasionado que conocí en una prueba del CAV 2010, en el Circuito de Almería.
 
 
Pero por allí andaba, en una carpa bastante más modesta que las que acababa de ver, pero plagada de ilusión y pasión. Antonio Maeso, TT rider, estaba ultimando algunos detalles en la lightweightcon la que se estrenaría esa tarde. Además de saludarle pasé una hora allí con los miembros de su equipo, el Oh Carallo Racing Team, todos pata negra y a los que hoy en día considero amigos. Confieso que en esos momentos también me hacía ilusión volver a hablar español después de una semana maltratando el idioma de Shakespeare. Me costó irme, pero no era plan de hacerles perder más tiempo con mi cara de flipadocada vez que me contaban alguna anécdota. Por cierto, la pequeña bicilíndrica rompió el motor esa tarde y no permitió que Antonio completase su primera vuelta del año al trazado de la montaña.
 
 
El día era magnífico. Soleado y caluroso. Y cada vez se veía más gente y más motos. Me entraron ganas de ponerme en movimiento y formar parte del ambientillo. Pero antes de irme a dar una vuelta por Douglas y sus alrededores me paré un buen rato en la carpa oficial de ropa y recuerdos del TT…
 
Os lo advierto. Si pensáis ir a un Tourist Trophy, además de reservar dinero para cerveza, hacedlo también para todo el merchandising que os querréis llevar a casa. Porque lo querréis todo. Y merece la pena. Las prendas son de calidad y molan mucho, ¡qué coño! Anda que no vacilo nada con mi chaquetón con el logo del TT en la espalda y la bandera de Ellan Vannin en el brazo. Y con el gorro. Y con la gorra. Y con las camisetas. Y la Mille con sus nuevas pegatinas. Os volveréis locos. Todavía me pregunto cómo no se me reventaron las alforjas en el camino de vuelta. Eso sí que es un Expediente X.
 
 
Douglas tiene unas casas y un paseo marítimo frente a su bahía realmente bonitas. Es un lugar con clase. Allí donde empieza y termina el trayecto de los tranvías está la Terminus Tavern. En su terraza, me tomé una pinta que me sentó como hacía tiempo que no me sentaba una cerveza. Miraba al cielo y a la mar, pensando en que los seres queridos que ya no estaban me miraban sonrientes viéndome tan feliz. Nunca olvidaré mi primer día en Man. Intenso y emocionante por muchos motivos. Y es que la vida es tan corta que no podemos dejar de intentar cumplir nuestros sueños cada día. Uno se siente tan, tan lleno al realizarlos…
 
 
Una vez aparqué la moto y, sí, dejé mis primeras compras en la tienda, me fui a ver los entrenos. Dos minutos es lo que tardé en llegar a The Nook. No es una zona rápida pero mola ver cómo cambian de posición los copilotos de los sidecares. Los primeros motores que oía y veía en acción en el TT. Que gustazo. Ese día me acosté pronto, estaba muy cansado. Pero la sonrisa de tontoque tenía no se me quitó ni con el frío que pasé esa noche. Porque sí, por mucho sol que luzca por el día, las noches en la isla son frías, mucho. Mi consejo: no hagáis como yo y dejéis en casa ese polar y esa camiseta térmica porque “total, es junio, tanto frío no hará”. Los cojones que no.
 
 
En Nostromoción:
   · III) TTour 2013: Escocia.
   ···
 
 

TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (II)

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Allí estaba, durmiendo en posición fetal, con las manos en la entrepierna. Intentando no moverme para no perder ni una pizca del calor que había conseguido reunir en el saco de dormir. Entonces un suave zumbido japonés me rescató de los brazos de Morfeo. Eran las cinco menos cuarto de la mañana y ya era de día. Varios motards ingleses ya se estaban encuerandoy calentando sus erres para ir a rodar a La Montaña… ¡Putos quemaos! ¡Benditos quemaos! No pude hacer más que dejarme llevar por la llamada de la manada y comenzar a desperezarme. Ese sería el ritual de mis mañanas en Isla de Man. Despertarme, subirme en la Mille e irme a rodar por el Mountain Course.
 

 
O al menos intentarlo, porque los primeros días me encontré el mítico tramo cerrado cada vez que iba, bien por algún accidente o bien por la climatología. Y recuerdas que estás ante algo muy serio. La primera vez que ruedas con tu moto por las carreteras del trazado de carreras entras en una especie de estado de shock… Al notar los infinitos baches en tus antebrazos, ver las humedades del firme y pasar, a velocidades legales, esas curvas que a alta velocidad deben ser un auténtico acto de fe, solo piensas en que esto es una cuestión de cojones. De muchos cojones. El paisaje y los pueblos por los que pasas son bonitos, pero… eso no te llama la atención. Es el ver algunos árboles y postes de tráfico forrados con algo de espuma, y pensar que las medias de velocidad son superiores a doscientos kilómetros por hora, lo que te hace sudar frío.
 
 
Al llegar a Ramsey, pasado Parliament Square, ya en May Hill, veo que el tramo de La Montaña está cerrado por accidente… Algunos motardsestán sentados en los bordillos, esperando impacientes a que abran para meterse en vena su ración de adrenalina mañanera. Diez minutos de espera hacen que me decida a volver a Douglas por la costa, por Maughold, Laxey y Baldrine. Preciosa carretera. Al llegar al camping, y mientras me ducho y me aseo un poco, no puedo parar de pensar en que además del inmenso respeto que ya tenía por todo piloto que participaba en un TT, ahora sentía la mayor de las admiraciones.
 
 
Entre comprar otro par de camisetas, visitar de nuevo Grandstand, en particular el equipo de Antonio y el de los escoceses que tenía en frente, con su increíble sidecar artesano (con unas soldaduras que ya eran ellas solitas una obra de arte), y comerme un fish&chips, se me fue medio día. Luego unas pintas en el Sam’s Bar para rematar la tarde. Eso sí, después de haber alucinado viendo multitud de posters y carteles deJoey Dunlop a tamaño natural por todas las librerías de Strand Street. Vaya gustazo ver esos escaparates. Por la noche me conecté con algunos amiguetes de las redes sociales mientras me ponía fino de Carling… y así, sin darme cuenta, me había pulidomi segundo día en Man.
 
 
El lunes veintisiete amaneció lluvioso y con mucho viento, lo normal por estas latitudes, vaya. Ya me lo había dicho Antonio el día anterior, cuando lucía el sol: "aprovecha, que este tiempo no es normal por aquí". Decidí darle un descansito a la Mille y dejarla tapada con su funda. Tras repasar las cuentas (importante cuando eres un motoflauta con poca pasta) y planificar un poco la ruta irlandesa, bajo el resguardo de la carpa del camping, me fui a Grandstand. Una vez allí, aprovechando que empezaba a coger confianza, me refugié un rato con los amigos del  Oh Carallo Racing Team, que estaban ultimando la SuperTwin para esa tarde. Y para entrar en calor, nada como un bocata de carne de ternera, al estilo guiri, en el bar del paddock. Acompañado de un par de pintas, of course.
 
 
Tras ver como Nadal ganaba su partido, me bajé al paseo marítimo de Douglas. De casualidad, me encontré con una galería de arte con una espectacular escultura en vidrio y metal: The Glass Rider. La foto no le hace justicia, era impresionante en vivo. La moto estaba hecha de placas de acero inoxidable soldadas y el piloto de trozos de vidrio, principalmente culos de botellas, sujetos por alambres trenzados con miles de nudos. De cerca se podía admirar el impecable trabajo en los detalles. El artista estaba allí y me contó que quería reflejar la fragilidad del motorista. Le había costado cuatro mil horas de trabajo y la moto se basaba en su Suzuki. Un tío realmente simpático, que me confesó que le gustaba mucho su GSXR pero que el sonido de los V-Twin le volvía loco... Para los más curiosos, el precio era de cuarenta y cinco mil libras.
 
 
Mientras me tomaba una pinta en el Sam’s Bar, dejó de llover, así que me volví dando un paseíto al paddock. Comenzaban las verificaciones y no me las quería perder. Es un ritual sencillo, pero para el aficionado es un auténtico gustazo ver pasar todas las máquinas que van a participar a un palmo de tus narices. Aquí no hay lonas que las tapen, esto es pasión por la competición en estado puro, nada más (y nada menos). Al no estar acostumbrado a verlos, alucinaba con los sidecares. Les desmontan el carenado y puedes verlos con detalle. Te das cuenta que cada copiloto tiene los asideros y los apoyos en distintos sitios, a su gusto. Es muy curioso. También me llamó la atención ver a más de una chica integrando estos equipos, ya fuera como copiloto o como mecánico. Olé por ellas, sí señor.

 
Creo que nunca he visto a tanta gente con tanta pasión y velocidad en los ojos. Desde los más abueletes hasta los más críos. Era como estar en una especie de feria del Joe Bar Team. Además, miras atrás y ves a Conor Cummins charlando con una pareja. Miras al fondo y ves a John McGuinnessriéndose con Michael Dunlop. Miras a la izquierda y ves a James Hillier ajustándose el mono. Vuelves la cabeza y pasa frente a ti la valiente Maria Costello charlando con otro piloto. No me va demasiado el rollo fan, de hecho pude pero no me hice fotos con ningún piloto, excepto con Antonio Maeso, al que tengo especial cariño. Pero eso de estar allí, viendo a esos extraterrestres a los que has visto decenas de veces volar bajo en videos imposibles, paseando tan a gusto entre los aficionados, es algo muy, muy especial. Ese rollitose perdió hace lustros en el Continental Circus, ese mundial que nos venden algunos como la máxima expresión del motociclismo de competición... Ejem.


Los entrenamientos oficiales comenzaron, ya con todos los participantes. Primero estuve un rato en las gradas de Grandstand para ver algunas salidas, entre ellas la de Antonio con la KTM RC8. La mayoría salen como si el comisario les pellizcase el culo en vez de tocarles el hombro… ¡a jierro! Al estar en la zona alta de las gradas me percate de algo de lo que al pasar montado en la moto no me había dado cuenta. Lo había leído en algún sitio, pero realmente impresiona verlo con tus propios ojos: detrás del famoso panel de control de la recta está el cementerio de Douglas. Respeto. Uno traga saliva. Después de un rato me fui a Bray Hill, una de las zonas más espectaculares para el espectador. Es la gran bajada gas a fondo que hay tras pasar la meta, en la que en un cierto punto en el que cambia un pelín la rasante, ves como comprimen a tope las suspensiones y rozan las quillas, una auténtica salvajada.

 
No recuerdo muy bien en que momento de la tarde sacaron la bandera roja y se suspendieron los entrenamientos, pero ya llevábamos bastante tiempo. Imaginé que por lluvia en alguna zona del circuito. Pero por desgracia no fue así. Mientras iba hacia el camping escuché hablar a la gente algo sobre un accidente, pero no me enteré del todo bien. Fue al conectarme a internet cuando leí que el piloto Yoshinari Matsushita había fallecido en un accidente en Ballacrye. El respeto, el silencio y la tristeza se sintieron por toda la isla esa noche. No importa el lugar o las circunstancias, perder a un hermano motard es una gran putada. Y el Tourist Trophy es una prueba tan mítica y gloriosa, como cruel a veces. Los riders son de otro planeta por su pericia y su valentía, pero también son mortales, igual que nosotros. Matsushita siempre lucía una gran sonrisa y era muy querido en el paddock. Los hombres que como él, se fueron de este mundo haciendo lo que querían, volar bajo en La Isla, nunca serán olvidados. Son los auténticos héroes de esta carrera. Alzo mi casco al cielo por ellos.


El TTour en Nostromoción:
   · I) Comenzando a soñar.
   · II) Inglaterra & Escocia.
   · III) Escocia.
   · IV) Escocia & Inglaterra.
   · V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
   ···
   · VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
   · VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
   · IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).

 

TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (III)

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Y entonces llegué a La Meca. Cuando por fin pude rodar en el tramo de La Montaña… lo entendí todo. Por qué van gas a fondo, por qué vuelven año tras año, por qué se juegan la vida. Sentí tan sólo una ínfima parte de lo que deben sentir los TT riders, pero lo comprendí. Rodar con tu moto por todo el circuito que conforma el Mountain Course es un lujo, pero exprimir tu máquina por esa montaña que le da nombre al trazado, pocas horas antes de que pasen los dioses de la velocidad, es una auténtica barbaridad. Lo que se vive ahí arriba es pura magia, que te atrapa y te envenena. No sabría explicaros que ocurre, pero la carretera te pide que te fundas con ella. Sin duda, una de las mejores experiencias que puedes vivir sobre dos ruedas.


 
Puede que algunos que también lo hayan hecho digan que no es para tanto, pero recordad que yo estaba viviendo un viejo sueño. Pilotar mi querida Millepor ese trazado en un solo sentido y sin límites de velocidad fue algo muy grande. No os engañaré, el respeto me pudo y a pesar de que sí que iba ligero, cuando me pasaba un carbonilla con matrícula británica apenas le veía un par de segundos. Daba miedo ver cómo iban algunos. Al principio eso te corta, vas casi más pendiente de los retrovisores que de lo que tienes delante. Pero a la tercera o cuarta vez que lo haces comprendes que es mejor ir rápido (no confundir con ir al límite…) sin obsesionarte con los que vienen de atrás, como en unas tandas en circuito. Te pasarán menos y serán los que mejor se conozcan el trazado. Ojo, nunca hay que olvidar donde estás. Rodar allí es algo que debes tomarte muy en serio, no es un juego.
 
 
Antes de disfrutar en las alturas, en Douglas conocí a dos ingleses a lomos de otra RSV y una Tuono. Se ven muchas italianas de Noale en Man, nunca había visto tantas, ni tantas RSV. La Mille estaba feliz. Me recomendaron un concesionario Aprilia para cambiar la goma trasera. Bueno, no sólo me lo recomendaron sino que me acompañaron hasta Ramsey. Y es que, además de nitrógeno y oxígeno, la atmósfera en Man se compone de buen rollo. El taller era Paul Dedman Performance, os lo recomiendo. El dueño es un tío muy majete y muy profesional. Además de con varias Aprilia, MV Agusta y Royald Enfield, adornaba la zona de la tienda con fotos de haber patrocinado a algunos pilotos locales. Quedé en cambiar el neumático ese viernes. Mientras tensaba la cadena, que estaba llegando a su fin, me tomé un café viendo como los chavales de una escuela de vela hacían diabluras por el lago Mooragh.
 
 
Tras flipar por la montaña mágica, paré en Creg-Ny-Baa. Entonces escuché a dos tipos discutir en catalán. Me acerqué y me presenté. Allí estaba Vicenç echándole la bronca a Paco, un megacrack sexagenario, porque parece ser que se había emocionadomás de la cuenta en La Montaña y había dividido al grupo… Me cayeron bien desde el primer momento. Al poco rato llegaron José Antonio y Ricardo, otros dos tíos estupendos. Los cuatro iban en unas cómodas BMW R1200GS, tres Adventure y una de las nuevas de agua. Como hicimos buenas migas decidí pasar el día con ellos. Lo primero fue poner rumbo a Ramsey y tomarnos unas cervezas en The Swan. Más tarde cayó una rica hamburguesa en un garito cercano del que no recuerdo el nombre.
 
 
Por la tarde, para ver los entrenamientos, nos hicimos fuertes en una valla justo frente a la escapatoria de Parliament Square. Un sitio cojonudo que por desgracia no disfrutamos porque, al no parar de llover, los entrenos de ese día fueron cancelados. Hay que decir que con el suelo mojado sí se corre, pero no con lluvia. Nos fuimos un poco decepcionados hacia Douglas, tranquilitos por la carretera de la costa porque no paraba de jarrear. Al llegar saboreamos unos gintonics en su hotel, contando y recordando historias del motociclismo más añejo con Paco, un auténtico quemadoque incluso participó en las 24 horas de Montmeló. A pesar de estar muy, pero que muy a gusto, antes de liarmedemasiado me fui al camping. Y descubrí con rabia que la tarjeta de la cámara había petado y no tenía ni una sola de las muchas fotos que me hice con ellos, ni el video de mi primera pasada por La Montaña… (¡Mierda!). Al día siguiente no pudimos contactar y al otro ya se tenían que ir. Gracias amigos por ese gran día, espero que leáis esto y algún día volvamos a vernos.
 
 
El miércoles veintinueve me levanté temprano. Había amanecido soleado, por lo que el ritual estaba claro: ducha y a La Montaña. Uno no se cansa de montar en moto allí. Para los que vivimos con pasión este mundillo, no hay nada mejor y más gratificante. A pesar de estar algo húmedo el asfalto, una vez más me fue imposible disimular la sonrisa al quitarme el casco, cosa que hice frente a la estatua de Joey Dunlop. Esa vez no pasé de largo y paré a mostrarle mis respetos al King of the Roads. El memorial a su figura está en el mejor sitio imaginable y con las mejores vistas de lo que un día fueron sus dominios. Siento debilidad por Joey. Visitarle en su reino, contemplando esa carretera mágica donde se forjó su leyenda fue muy especial y emocionante para mí. Me sentía el hombre más afortunado del planeta estando allí…
 
 
Una vez terminé mis sesenta kilómetros de vuelta al pasar por Grandstand, decidí que no tenía nada mejor que hacer y sin parar me di el gustazo de dar otro giro completo al trazado. Después de visitar al Rey de la Montañaestaba que me salía del pellejo. Al concluir esa segunda vuelta paré en el paddock. Por cierto, ¿os he dicho lo bonitas y lo bien que sonaban las Norton? Fui a saludar a los amiguetes del equipo de Antonio Maeso pero sólo me encontré con Sergio, uno de los mecánicos. Me dijo que estaban probando la Hayabusa eléctrica en otra zona de la isla. Así que, como el día continuaba con un solecito muy agradable, y aún no era la hora de comer… ¿qué hice? Correcto. Me subí en la Mille y me dispuse a dar mi tercera vuelta completa al Mountain Course.
 
 
Esa vez no pasé de largo la Milla Trece. También quería rendirle mi particular tributo a otro grande: Santiago Herrero. No supe localizar el lugar exacto, pero fue en esa fatídica milla donde perdió la vida uno de los mejores pilotos españoles de la historia. A lomos de su Ossa. Cuando iba tercero en la última vuelta de la carrera de 250cc de la edición de 1970. No sabemos hasta donde hubiese llegado Santiago, pero nadie duda de que hubiese sido a un lugar muy, muy alto. Desde ese enorme cariño con el que se le recuerda, me gusta pensar que en algún lugar están todos estos genios que nos dejaron demasiado pronto, juntos. Joey sirviendo cerveza, Marcopinchando, volviendo loco a Mike con la música de ahora, Davidriendo con Robert recordando La Montaña, Santiago mirando incrédulo esas motos eléctricas actuales. Porque hay un Olimpo de los dioses de la velocidad.
 
 
Al llegar a Ramsey, de nuevo me encontré con el tramo ‘one way’ cerrado por accidente. Y entonces llegó la otra cagada del viaje. La primera fue al quedarme sin gasolina en mi segundo día de ruta, cerca de Salamanca. Pero aquello gracias a tener buenos amigos quedó en una anécdota. Esto… casi un año después, aún no lo sé. Al salir de Ramsey, buscando la carretera de la costa para volver a Douglas, apuré un poco la primera marcha, y justo cuando iba a cambiar a segunda una oronda figura me dio el alto. Me habían pillado con la magnum de ondas electromagnéticas. No sirvió poner mi mejor cara del gato de Shrek, ni decir que me había despistado por aquello de las millas por hora. La consigna era clara, si al día siguiente no iba a los juzgados, sería arrestado. No daré detalles aquí, asumo mi error, pero ni mucho menos iba excesivamente rápido ni haciendo el loco. Finalmente escapé del periplo pagando veinticinco libras… de trescientas treinta. Ojitolos que vayáis a Man, sobre todo en las entradas y salidas de las poblaciones (límite de 30mph). Están al acecho. Mucho menos, pero allí también hay crisis.
 
 
Volví al camping un poco de bajón. Comí y me eché una siesta para despejar la mente. Al despertarme me fui a ver los entrenamientos de nuevo a Bray Hill, justo donde cambia la rasante hacia arriba antes de la bajada a Quarterbridge. Iba tarde, estaban a punto de cortar la carretera y el público me jaleaba de cachondeo para que le diese caña a la Mille. Si ellos supiesen… Un marshal me hizo señas para que entrase en una calle. Aparqué justo antes de que cerrasen los accesos y tomé posición. Pasé una buena tarde, con compañeros de valla muy divertidos, pero reconozco que estaba un poco escocidopor lo de la multa. Al volver al camping no tuve más remedio que agenciarme un pack de Carlsberg  para ahogar las penas. Y con la primera lata lo hice, no era cuestión de dramatizar. Qué coño, era un proscrito. Pero estaba feliz, estaba en el Tourist Trophy.


El TTour en Nostromoción:
   · I) Comenzando a soñar.
   · II) Inglaterra & Escocia.
   · III) Escocia.
   · IV) Escocia & Inglaterra.
   · V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
   · VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
   ···
   · VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
   · IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).

 

TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (IV)

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Cuando a uno le aplican un correctivo, normalmente se vuelve más manso, al menos durante un tiempo. Es lo que me pasó la mañana del jueves. No me dejé embaucar por los cantos de sirena al ralentí, y decidí no ir al Mountain Course. La resaca por la receta de la magnum hizo que ese día decidiese hacer turismo por la zona sur de la isla, como un niño bueno. Una vez en marcha estuve un rato detrás de dos compañeros motards a lomos de unas preciosas clásicas de las que no pude ver la marca. Durante el Tourist Trophy, en Isla de Man se ven motocicletas de todas las fábricas, países y épocas, todas cuidadísimas. Es un auténtico deleite para tus ojos. Y es que llegar a una gasolinera, ver una Kawasaki ZXR 750 ’91 impoluta, con un arrugado sexagenario medio calvo pero con una enorme melena canosa y un mono roído, llenándole el tanque, eso amigos… no tiene precio.
 

La pasión y el respeto por las máquinas están a un nivel muy por encima de lo que solemos ver en los grandes premios de la península. Aquí también somos muchos los que mimamos a nuestras monturas, pero es que allí son todos. No verás a nadie cortando encendido, quemando rueda ni haciendo caballitos, pero algunos te fulminarán sin compasión en La Montaña. En Man no hay sitio para los macarrillas. Pero te emocionarás viendo a simpáticas abuelascon su transistor, escuchando Manx Radio TT y apuntando en su libreta los tiempos de cada piloto que ven pasar. Familias enteras siguiendo con pasión esta carrera. En el camping de Douglas tenía de vecinos a un par de hermanos escoceses. El chaval no tendría más de veintiún años y su hermana no más de doce. Les vi varias veces por la isla, conduciendo tranquilamente su GSXR 1000, enfundados desde por la mañana en sus monos de cuero. Se me caía la baba cuando me cruzaba con ellos y nos saludábamos… joder, que sonrisa más bonita y de felicidad llevaba esa niña en el colín de la Suzuki.
 
 
Dicen que trae mala suerte no saludar a las hadas así que, como uno es educado y no estaba para más bromas, paré con mucho gusto en Fairy Bridge. Es un pequeño y mágico puente de piedras bajo el que pasa un arroyo. De los árboles penden multitud de objetos que imagino la gente habrá colgado a modo de ofrendas o gratitud por deseos concedidos. Peluches, flores, tazas, muñecos, camisetas, papeles escritos, lazos,… y también algunas fotos de fallecidos con mensajes de despedida. En este caso supongo que implorando a las hadas que les ayuden en ese otro viaje. Es un lugar muy peculiar, no especialmente atractivo pero de esos que, ya sea por la sugestión o porque de verdad te estén haciendo cosquillas las hadas, se sienten cargados de energía.

 
Continué mi ruta hacia Castletown. Situado al noroeste de una gran bahía, me pareció un lugar precioso. Un espigón de piedra, que alberga un hermoso faro, protege una dársena con la rampa del varadero y el estrecho hueco en las murallas que da acceso a un pintoresco puerto interior, frente al cual se encuentra el castillo. La marea baja potencia un concentrado olor a algas… Si la mar también te apasiona este muelle y el ambiente que destila el pueblo te evocará las novelas de Conrad. En las carreteras de acceso a Castletown te encuentras protecciones en algunos muros y postes, carteles publicitarios e indicando el nombre de los distintos puntos… te das cuenta de que estás en otro circuito, concretamente en el de Billown, sede del Pre-TT Classic, Post-TT y Southern 100. Me encanta esta isla.

 
Al poco de dejar atrás esa bonita bahía y su faro, me tocó parar en un paso a nivel para que pasara un viejo tren a vapor. Mientras esperaba a que subiese la barrera pensé en lo mucho que me estaba gustando esa parte de la isla. Llegado a un punto la carretera se tornó estrecha y retorcida, con menos tráfico y más divertida. Y llegué a Cregneash, una diminuta aldea en la que viajas en el tiempo. Algunas casas tienen el techo de paja, las ovejas y las vacas pastan felices por los prados delimitados por muros de piedra. La tranquilidad es absoluta, sólo interrumpida por las conversaciones que mantienen los animales. Disimulada en una casa vi una acogedora cafetería y decidí desayunar en uno de sus bancos de madera. Viendo a los cerdos corretear por los prados, no pude evitar pedirme un bocadillo de pan casero con un riquísimo bacon. Antes de seguir la ruta me fijé que en uno de los establos había un carnero con cuatro cuernos. Curioso lugar.

 
Apenas a dos kilómetros de allí se encuentra Calf of Man, una isla al suroeste de La Isla. Según te acercas no podrás evitar reducir la velocidad, ya que tus ojos prestarán toda su atención a la belleza del paisaje en vez de al asfalto. En el aparcamiento al final de la carretera uno se encuentra con muchos compañeros motards que también se muestran fascinados por el evocador panorama. Las olas rompen salvajemente en las rocas. Las gaviotas planean y te observan con indiferencia mientras tus fosas nasales dejan pasar el aroma del salitre. Allí se respira vida. Notas como se te hincha el alma de felicidad mientras piensas que ese es tu sitio. Mientras sueñas con un hogar allí.

 
Al volver a subirme a la Mille tomé la A3 con intención de ir a Peel, pero con tanto soñar despierto se me había hecho tarde y debía ir a los juzgados. Lo visitaría otro día. Una vez en los tribunales, observo con cierta guasa como comienzan a llegar motards ingleses, holandeses y franceses hasta que llenamos los pasillos. No podemos evitar mirarnos entre nosotros con una pícara sonrisa. La situación era realmente divertida, conformábamos un grupo bastante pintoresco. Incluso los empleados se las veían para contener las risas contemplando a semejante panda de proscritos. Cuando me llegó el turno, el simpático policía judicial me despachó rápido. Entre no entender bien algunos conceptos y hacerme el tonto en exceso, decidió que volviese al día siguiente cuando hubiese una intérprete. Bueno, al menos había fichadoy no me detendrían ese día.

 
Salí algo aliviado y me dirigí a Grandstand. Al aparcar oigo un acento familiar y me uno a un grupo de gaditanos muy majetes. Habían llegado ese día. Lo primero que hicieron fue preguntar por Antonio Maeso. Les guié por ese paddock que ya me conocía mejor que mi casa hasta la carpa del Oh Carallo Racing Team. Estaban todos. Coincidió que en esos momentos una televisión le estaba haciendo una entrevista al Jefe. Cuando terminaron pude charlar un rato con ellos. Paco me dijo que también le habían cazado, así que nos veríamos en los juzgados al día siguiente. Tropi me contó que uno de los motores de la Hayabusa eléctrica se había fundido, literal. Y Antonio, al preguntarle por un buen sitio para ver los entrenamientos de esa tarde, me recomendó Hillberry. Así que, tras despedirme de los caítas me dirigí hacia allí, pero no en el sentido opuesto al circuito, más corto. Haría el camino largo, por La Montaña
 
 
Creo que cerraron la carretera y empezaron a quitar los conos pocos minutos después de pasar yo. Una vez más, apurando. En Hillberry me puse a buscar un buen sitio, pero no había ni un hueco, así que pagué las cuatro libras que pedían por entrar a la grada, cojín incluido. Ya me había fijado en esa costumbre manense de adornar la parte superior de los muros con piedras planas colocadas en vertical, pero acojonaba, y mucho, verlas de cerca mientras los TT riders pasaban a velocidades de videojuego. Muy buen sitio la verdad. Les ves llegar por la larga recta gas a fondo, cortar un poco, abrirse a la izquierda y trazar la curva como alma que lleva el diablo. Steel balls!

 
Los newcomers, los pilotos que participan por primera vez en el Tourist Trophy, deben llevar un chaleco naranja que los identifique. Al verlos pasar se nota que no van tan a fondo como los más experimentados, pero en esta edición había uno al que le sobraba el chaleco. Era el australiano Josh Brookes, uno de los pilotos punteros del British SBK. Las maneras que apuntaba en los entrenamientos se ratificaron días más tarde con la décima posición en la carrera de Superbike y el record como el novato más rápido de la historia con una vuelta a 127.726mph.

Tras deleitarme con la estampa que ofrecían los sidecares con el sol ya bajo la línea de horizonte, me dirigí a Douglasen busca de algo que cenar. Al más que respetable estilo motoflauta paré en un supermercado y compré los ingredientes necesarios para prepararme un par de bocatas, y como no, un pack de Carling. Yo también era un newcomer y al igual que Joshua, aprendía rápido. No cabe duda, uno se siente cómodo cumpliendo sus sueños.


El TTour en Nostromoción:
   · I) Comenzando a soñar.
   · II) Inglaterra & Escocia.
   · III) Escocia.
   · IV) Escocia & Inglaterra.
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   · VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
   · VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
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   · IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).

 

TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (V)

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Mi séptimo día en Man amaneció soleado. Iba a ser un día largo, con muchas cosas que hacer, incluida una mudanza. Es por ello que madrugué y fui uno de los primeros achicharrados del camping en vestirme la cordura y poner rumbo a La Montaña. Procurando no pasarme ni una milla del límite de velocidad, en Sulby vi cómo le ponían una receta a otro motard. “Estos cabrones también madrugan”, pensé. Al día siguiente comenzaba la semana de carreras y estaba claro que habían incrementado la plantilla de policías escondidos con sus magnumstras las esquinas. Podía verse el símbolo de la libra en sus ojos… Al llegar a May Hill de nuevo me encontré el tramo cerrado. Después de casi cuarenta minutos de espera decidí irme. Allí dejé a muchos carbonillas que acababan de desembarcar, aún con los bártulos cogidos con pulpos al colín, con la mirada tensa, fumando, deseando sentirse TT riders.
 

Por fortuna ya lo había experimentado varias veces en esa semana, así que la decepción no duró mucho. Tal y como había quedado días atrás le dejé la Mille a Paul Dedman justo cuando abría el negocio. Igual que la otra vez, desayuné frente al lago mientras veía a los chavales de la escuela de vela, esta vez entrenando maniobras con los kayaks. A la hora fijada volví y me encontré con mi querida RSV con neumático trasero y cadena de transmisión nuevos. Las autovías inglesas y la carga habían conseguido adelantar mis planes de sustituirlos en Irlanda o Francia, pero volvía a tener a mi compañeraa punto. Para quitar la cera del donutintenté de nuevo hacer La Montaña pero continuaba cerrada. Esta vez no esperé más de cinco minutos para regresar a Douglas por la A2. Había que recoger el campamento.
 
 
No creeríais la cantidad de compañeros que vi padeciendo esa plaga que me había afectado a mí un par de días antes, siempre en las zonas de límite de treinta millas por hora. Una vez en el TT Camping comí algo y recogí todos los trastos. Pero antes de desmontar la tienda tocó ir a los tribunales. Allí me reencontré con un amigo y la verdad es que nos echamos unas risas con la situación. Él entró antes que yo y me dejó a la policía judicial calentita. Cuando la mujer vio que el siguiente era otro español suspiró y farfulló algo que la intérprete no me quiso decir. Una vez que me dejaron cristalino que la multa no se iba a anular, cambié mi estrategia e intenté dar pena contándoles que era un motoflauta y que viajaba con el dinero justo, cosa que tampoco era mentira. Negué por tres veces tener tarjeta de crédito. Les dije que sólo me quedaban sesenta libras hasta la noche del lunes, cuando embarcaría a Irlanda. Ante sus preguntas de cómo iba a hacer para cubrir mis gastos de vuelta, les dije que allí me esperaba un amigo que me debía dinero… Así era, visitaría a un amigo en Galway, pero ni mucho menos me debía nada.
 
 
Trescientas treinta y tres libras me costaba el despiste. No era poca la broma como para no andarles mendigando. Finalmente, a pesar de que el pago mínimo como depósito para zanjar momentáneamente la cuestión era de cincuenta libras, al apuntarles que necesitaría comer algo durante el fin de semana, me dejaron irme por veinticinco. La táctica real de decirles lo mucho que lo sentía, que me había equivocado y que no volvería a ocurrir, surtió efecto. Tal y como me espetaron me han enviado cartas con el método de pago. Pero sin la intérprete no termino de entenderlas… Sigo siendo un proscrito en Man. Mientras caminaba por los pasillos, disimulando con dificultad mi sonrisa, pensé que quizá les había caído bien a las hadas de Fairy Bridge y, tal y como les había pedido, me habían echado un cable. Con buen humor y ganas de tomarme una pinta abandoné para siempre esos tribunales.
 
 
Desmonté la tienda y cargué la Mille, cosa que se me hizo rara después de varios días yendo de vacío. Por enésima vez iba con el tiempo justo. Debía llegar al nuevo camping en Ballaugh antes de que cortasen la carretera. Fue una sensación divertida rodar el tramo de Douglas a Hillberry con esas gradas, tan llenas como mis alforjas, jaleando y los policías haciendo señales para que pasase rápido. Como cambiaba la películacuando querían despejar el trazado. Allí tomé unas carreteras interiores al circuito que me conectaron con la West Baldwin Road. Una auténtica pasada de caminos, con asfalto malo y bacheado pero con un paisaje acojonante, con bosques y lago incluidos. La ausencia de nubes me permitió divisar desde una de las zonas altas el que sería mi siguiente destino, Irlanda.
 
 
Cuando llegué a la A3 ya estaban colocando las vallas para cerrar los accesos. Me dejaron pasar porque Ballaugh Bridge estaba a menos de quinientos metros y por allí se entraba al camping. Por los pelos. La mudanza se debía simplemente a que, al reservarlo tarde (dos meses antes…), en el TT Campingsólo tenían plaza durante esa semana de entrenos. Así que para el resto de días reservé en el Ballamoar Campsite. Se trata de una gran parcela en la que han instalado distintas casetas para los servicios y poco más. El dueño es muy amable, se respira buen ambiente, está a dos minutos andando del famoso puente del salto, un supermercado y el pub The Raven, pero no puedo recomendarlo por una sencilla razón, no tuve agua caliente ni un sólo día. Y os aseguro que, con el frío que hace por las noches, es una putada no poder ducharte en condiciones por la mañana. Un día lo hice con el agua helada y tarde horas en volver a sentir que tenía huevos. Como conguitos se quedaron. Aun así, lo pasé bien allí. Seguramente fue algo puntual, pero no creo que me vuelva a arriesgar cuando regrese.


Mientras montaba la tienda a toda prisa llegaron mis vecinos. Un hombre mayorcete, que se daba un aire a Joey Dunlop, y su hijo. Dormían en un gran furgón blanco en el que no les faltaba de nada. No era su primer TT. Enseguida se ofrecieron a hincharme la colchoneta con su compresor. Estaba encantado, eran de esas personas cordiales, con la mirada limpia y amable. Les recuerdo con gran cariño. Cuando me instalé me fui corriendo a ver los entrenamientos de los sidecares al puente, a ver si veía algún salto guapo, pero había tanta gente que fue imposible hacerse un hueco para ver decentemente el espectáculo. Cuando estaba empezando a agobiarme un poco vi un trasiego de gente entrar y salir por una puerta. Estaba salvado, era la entrada trasera a The Raven. Me pedí la pinta con la que soñaba hacía horas y me instalé en la terraza a disfrutar de los movimientos de los copilotos sobre los sides. 

Al rato sacaron bandera roja. Por suerte era por un incendio en una casa y no por un accidente. Como no sabía cuánto tardarían en reanudar los entrenos me volví al camping a terminar de acomodarme. Media hora después se acercó mi vecino inglés y me dijo que los entrenamientos estaban a punto de continuar, que conocían un buen sitio para verlos y que me fuese con ellos. Imposible negarse a semejante ofrecimiento, y más si te lo hace un sexagenario con los ojos henchidos de pasión por la velocidad. Saltamos la valla trasera del camping que daba a otra finca con caballos, llegamos a un granero y tomamos un camino que conducía a la carretera principal. Una vez allí nos subimos a un muro y esperamos. Os juro que pocas cosas me han impresionado tanto en mi vida como sentir a los TT riders a un metro de mi cara pasando a más de doscientos cuarenta kilómetros por hora. No podía parar de sonreir.
 

Las sensaciones eran bestiales. Los veías aparecer de repente tras la esquina de una casa y alejarse como si debieran dinero por la recta de Ballacrye. Cuando pasó la primera moto miré agradecido a ese buen hombre que me había conducido a semejante palco. Estaba observándome con una gran sonrisa, disfrutando con mi reacción, satisfecho por compartir aquel lugar conmigo. Una vez más me sentí el hombre más afortunado del mundo. Por estar allí, cumpliendo mi sueño, y por conocer a gente tan generosa y entrañable por el camino. De todos los lugares espectaculares del Mountain Course para ver volar bajo a los pilotos, este siempre será especial para mí.
 
Fue muy curioso y chocante ver pasar a las motos eléctricas emitiendo un leve zumbido, similar a las vainas de Star Wars, después de las superbikes y las supersport y su ensordecedor sonido. Las más punteras pasan bastante rápido, pero las demás se notan mucho más "lentas" en comparación con las de gasolina. Pero son el futuro, habrá que ir acostumbrándose. Al terminar los entrenos me fui al supermercado a comprar los víveres para esos días. No tuve más remedio que hacerme con un packde Carling fresquitas. Pero como la temperatura existente no iba a hacer que se calentasen, cuando solté las viandas en la tienda me dirigí a The Raven a gozar del incomparable ambiente. Había sido un completo y gran día.


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TTour 2013: Tourist Trophy. Isla de Man (VI)

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Uno de junio. Primer día de carreras. Quizá por eso me levanté con ganas de un buen chute de adrenalina. A esas alturas ya tenía grabado a fuego uno de los carteles que se pueden ver por la isla: “Know your limits. Respect our roads”. Y así, conociendo mis límites, sin comportarme como un descerebrado, acudí de nuevo a la llamada de La Montaña a darme una alegría. Y me la di, vaya si me la di. Pero al llegar a Creg Ny Baa me prometí a mí mismo que esa era la última vez que lo hacía, porque una vez arriba es muy, muy complicado no calentarse, y más si llevas varios días yendo y te empiezas a conocer el trazado. Al día siguiente era el Mad Sunday. Me habían recomendado no hacer el Mountain Course por cómo va la peña y los accidentes que suele haber. Pero antes de disfrutar ese día tan conocido por los achicharrados de medio planeta, debía gastar lo mucho que me quedaba de este.


 
Fui al camping de Douglas a devolver la llave de la taquilla y a aprovechar un rato el wifi que ya tenía pagado. Había amanecido oscuro, con pinta de lluvia, pero mientras estuve allí el día se aclaró. La carrera Dainese Superbike había sido cambiada al día siguiente, así que me encaminé a ver un rato los entrenamientos a la bajada de Quarter Bridge. Estaba más o menos un poco antes del punto donde cortan gas. Muchos llegaban con la rueda delantera en el aire. Supongo que esa apurada de frenada al final de la rampa es uno de los muchos lugares del circuito en los que los TT riders tienen que aplicarse físicamente más a fondo. A pesar de que cualquier sitio es bueno, en este apenas los veías pasar, así que al rato puse rumbo a otra zona para ver la carrera de sidecares. Es lo bueno de venir con tu propia moto, si no te termina de convencer tu palco… pues te cambias. Eso sí, una cosa a tener en cuenta antes de que cierren el trazado es situarse en el lado correcto dependiendo de a donde se quiera ir, porque si te equivocas tendrás que esperar a que terminen y abran de nuevo la carretera. 


Me dejé guiar por la tecnología por caminos cada vez más angostos hasta que me topé con una senda de piedras y tierra. Ahí deseé de verdad tener una trail. Y también aprendí a desactivar la opción de pistas sin asfaltar del GPS. Finalmente, tras deleitarme un buen rato con las bonitas carreteras manenses, llegué a Ballacraine y me instalé en una valla frente a la curva. Allí terminé de ver los entrenamientos de las motos y me dispuse a disfrutar de la primera prueba de los locos de las tres ruedas. El ambiente se notaba más animado aún, el público estaba impaciente por ver carreras. Muchas orejas portando auriculares y muchas manos con bolígrafos y cuartillas con los equipos para seguir con detalle los giros.
 

Al hilo del aumento de espectadores, tengo que decir que la semana de entrenamientos es una gran opción para vivir y sentir la esencia del Tourist Trophy. En mi humilde opinión, las vivencias son prácticamente las mismas, pero con menos gente por la isla. Ver volar bajo a los TT riders en entrenos es muy similar a verlos en carrera. Con la excepción de la emoción propia que se crea por ver el reparto del pódium y demás puestos, y ese plusque sacan algunos para batir records, claro. Digo esto por si alguien se anima a hacer el viaje con su moto pero ve que para la segunda semana no quedan plazas en los ferrys de la Steam Packet. Que eso no sea motivo para decir: “lo dejo para otro año”. Lo pasarás igual de bien. Nada más desembarcar con tu montura ya te sentirás afortunadoy especial por estar allí. Créeme.
 
 
En Ballacraine no ves demasiado tiempo a los pilotos, pero es una curva de unos cuarenta y cinco grados (un cruce en realidad) que resulta muy vistosa por cómo buscan el ápice y apuran la salida de la misma. Sin duda es un buen sitio para disfrutar de los sidecares. En este tipo de curvas es donde te das cuenta del gran trabajo físico que hacen los copilotos. Deben acabar fundidos. La carrera Sure Sidecar 1 estaba programada a tres vueltas. Dave Molyneux, el tercer piloto más laureado del Tourist Trophy tras Joey Dunlop y John McGuinness, con diecisiete victorias actualmente, tuvo que conformarse con el tercer lugar del podio. Ese día la victoria fue para la pareja formada por Tim Reeves y Daniel Sayle. 


Para evitar atascos me fui un poco antes de que acabase el tercer giro. Confieso que, al contrario que con las motos, no conocía a ningún equipo salvo el del campeón y no me estaba enterando de cómo iba la clasificación. Pero aunque ignores quién va ganando, el regocijo al verlos pasar no disminuye, de ahí lo que comentaba anteriormente de que venir en la semana de entrenamientos es una muy buena elección. En ese momento, antes de buscar otro lugar donde vivir los entrenamientos de la tarde, yo había elegido visitar Peel. Al llegar me encontré con el resguardado puerto deportivo. Pasé al lado y continué hasta la Isla de St. Patrick, donde se encuentra el castillo y el puerto pesquero.
 
 
Hacía un par de kilómetros que venía notando esa sensación tan agradable y familiar. Era el intenso olor de la mar. Mis fosas nasales se emborracharon de ese aroma al quitarme el casco. Cerré los ojos y respiré hondo. Al abrirlos y mirar hacia la bahía divisé a un hombre entrando a puerto en su pequeña barca, con las velas recogidas y una gran bandera de Ellan Vannin flameando al viento. Sonreí. Fue uno más de esos momentos mágicos que me regaló La Isla. Tras un buen rato paseando por el muelle y las murallas de la fortaleza, me dirigí al paseo marítimo. Además de disfrutar de la bonita playa, desde allí se tienen unas preciosas vistas de ese castillo construido por los vikingos cuando Peel era la capital del Reino. Me encantó esta ciudad que respira tranquilidad y ambiente marinero. Imprescindible visitarla en tu viaje a Man.
 
 
Me puse en marcha de nuevo, tocaba buscar un buen sitio para pasar la tarde. Los apenas diez kilómetros que separan Peel de Kirk Michaelse salvan con la A4, vía que circula paralela a la costa. Es una auténtica gozada para los sentidos esa penetrante fragancia marina y ese sencillo y limpio paisaje. Además, tuve la suerte de cruzarme tan sólo con un par de coches. Toda la carretera para mí. No era de extrañar, el público hacía rato que estaba ya situado esperando a ver los entrenamientos. Por enésima vez apurando. Sin saber muy bien donde ponerme y con los marshals haciéndome gestos para que me diese prisa, me topé con la fachada de The Mitre, uno de los pubs con más solera de la isla. Su interior, con las paredes cubiertas de fotos antiguas del TT, resulta muy pintoresco. Y la cerveza está muy rica.
 
 
Mientras buscaba un buen asiento, con mi pinta en la mano, escucho a alguien decir algo de “spanish”. Miré al otro lado de la calle y vi que en el jardín de una casa estaba Martino, de Martí Motos, hablando con unos guiris, preparado para grabar con su cámara. No le conocía personalmente pero le saludé a voces y quedamos para charlar cuando terminasen los entrenos. Para describir como pasan los TT riders por ese lugar, no se me ocurre nada mejor que poner las palabras que usó Antonio Maeso en su ‘feisbuk’ para referirse a la imagen de arriba: “Entrar en Kirk Michael peinando la cuarta para enchufar la quinta a fondo en mitad del pueblo con la rueda en el aire, son de esas cosas que no se pueden explicar…”. Como la mayoría de fotos de pilotos que he publicado en estas entradas, en realidad es una captura de pantalla de uno de los muchos videos que grabé, de ahí que la resolución no sea demasiado buena. 


Durante los entrenamientos veía como el pobre Martino pasaba frío al otro lado de la carretera, mirando de soslayo de vez en cuando las pintas que yo engullía en la terraza de The Mitre. Al concluir nos encontramos y, pequeño que es el mundo, resulta que me conocía por haber leído el post de Joey Dunlop. Yo sí que le tenía fichado por patrocinar a Antonio el año anterior y por sus magníficas crónicas en su canal de YouTube. Me presentó a Vanessa y el muy cachondo se empeñó en hacerme la primera y única entrevista de mi vida para incluirla en uno de sus videos. Fue un auténtico placer encontrarme con esta pareja tan maja. Me bastaron un par de minutos para cogerles un gran cariño. Lástima que Andorra me quede lejos y no pueda disfrutar de su amistad más a menudo. Os envío un fuerte abrazo desde aquí.
 

Una vez que la Mille quedó aparcada en el camping, me fui andando al pub The Raveny me hice fuerte en una mesa con toda la parafernalia electrónica. Al son del ‘Born to be wild’ pedí la primera de las cuatro pintas de Carling que me tomé. Enchufé mi ladrón y puse a cargar las baterías de todos los chismes mientras robaba wifi charlando por las redes sociales con los amiguetes. Aunque estaba encantado de vivir mi sueño en solitario, también se agradecía un poco de compañía virtualde vez en cuando. Sin embargo, no estaba echando de menos a nadie. Ni a nada. Me sentía como un gorrino revolcándose en el barro. A pesar de que ninguno nos lo haya confirmado aún, se dice que lo pasan de puta madre.


El TTour en Nostromoción:
   · I) Comenzando a soñar.
   · II) Inglaterra & Escocia.
   · III) Escocia.
   · IV) Escocia & Inglaterra.
   · V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
   · VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
   · VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
   · VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
   · IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).
   ···

 

Las motos hundidas del SS Thistlegorm

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La madrugada del 6 de octubre de 1941 dos bombas de 450 kg hicieron que el carguero militar británico SS Thistlegorm pasase a formar parte del maravilloso fondo del Mar Rojo. Dos bombarderos alemanes que patrullaban en busca del Queen Mary, cargado de tropas británicas, dieron con el navío cuando se dirigía hacia el Canal de Suez. La explosión debió de ser de gran violencia ya que los proyectiles cayeron en el polvorín de munición. El hundimiento fue prácticamente instantáneo. En el ataque murieron 9 de los 48 tripulantes del barco.

Hace unos años estuve una semana buceando por el Mar Rojo y, aparte de por otros pecios y fondos increíbles, tuve la oportunidad de hacer dos inmersiones en el SS Thistlegorm. Yo no conocía su historia así que mi sorpresa fue mayúscula cuando, buceando por su interior, me encontré con una gran cantidad de motos en las bodegas. Es realmente increíble verse a 30 metros de profundidad en semejante escenario. He tenido la suerte de haber disfrutado de muchos momentos mágicos en mi vida y ese, sin duda, es uno de los mejores.


El Thistlegorm fue construido por el astillero de J.L. Thompson e hijos, de Sunderland. Este barco de 126,5 metros de eslora y 4900 toneladas de desplazamiento fue botado en Junio de 1940. Era uno más de la familia Thistle de la Albyn Line. Rápidamente fue requisado por la Marina Inglesa y armado con las ametralladoras y cañones que hoy en día aún tiene en su cubierta. Es impresionante bucear entre los cañones antiaéreos y las municiones, pues a pesar del deterioro y la corrosión se distinguen perfectamente. Incluso te encuentras con un montón de botas de goma que parecen nuevas. Impone. El respeto que se siente es máximo ya que no dejas de pensar en la actividad que tendría antes de hundirse, en las personas que perdieron la vida, en lo absurdas que son las guerras.


En Mayo de 1941 se despediría para siempre de Inglaterra. El material que cargó en Glasgow fue descrito simplemente como “MT” (Motor Transport), seguramente para no divulgarlo demasiado y mantener el secreto. Sus bodegas se llenaron con combustible, camiones, jeeps, motocicletas, armas, munición, tanquetas, alas de avión e incluso dos locomotoras para la compañía de trenes egipcia. Todo esto se puede ver hoy en día, más de 70 años después. Esta misión de transportar material de guerra formaba parte de la “Operación Cruzada”, una ofensiva de los aliados contra el Mariscal Erwin Rommel, el Zorro del Desierto.

El 2 de Junio zarpó rumbo a Alejandría escoltado por el HMS Carlisle. La ruta no fue la natural por el Mediterráneo, sino que tuvo que bordear Sudáfrica para evitar las zonas controladas por el ejército alemán. La tercera semana de Septiembre llegó al Mar Rojo, paró su motor de tres cilindros y 365CV y fondeó dispuesto a esperar su turno para cruzar el Canal de Suez.


Tras dos semanas de espera llegó el fatídico día. A las tropas alemanas en Creta les llegó el rumor de que había un gran buque del tamaño del Queen Mary por la zona. Y así, la luna llena fue testigo de cómo los aviones germanos divisaron el SS Thistlegorm cuando estaban a punto de dar media vuelta por falta de combustible. A partir de ese momento, la historia se sumerge, y cuando uno visita ese templo submarino, se siente testigo de parte de la historia de la 2ª Guerra Mundial.


A mediados de los cincuenta Jacques-Yves Cousteau descubrió el SS Thistlegorm gracias a la información que le proporcionaron los pescadores locales. Debido a su condición de militar y al respeto que le infundía el estar ante un auténtico cementerio sumergido, decidió no revelar las coordenadas del pecio. En el club de buceo me contaron que incluso serró los mástiles de las antenas para ocultar más aún su posición. Mostró al mundo una motocicleta, la caja fuerte del capitán y la campana del barco. En su película El Mundo del Silencio (1956) también aparece el carguero.


Tras su descubrimiento el SS Thistlegorm pasó de nuevo al olvido, hasta que a principios de los noventa fue redescubierto y convertido en uno de los pecios más impresionantes del mundo. Lo malo de convertirse en un lugar de culto es que los restos han sufrido múltiples saqueos. Puedes observar como han desaparecido manillares y faros de muchas motos, parabrisas de los camiones, etc. Una pena, porque el respeto y el deber de dejar hacer a la naturaleza deberían poder a las ganas de llevarse un recuerdo, un recuerdo inútil, porque el mejor es haber estado allí. Y ese va por dentro.

Las preciosidades que transportaba el SS Thistlegorm destinadas a las tropas británicas destacadas en el desierto eran BSA M20, Matchless G3L y Norton 16H.


BSA M20: Esta moto cubicaba 499cc y tenía una potencia de 13CV. Resulta sorprendente que se produjeran 126.000 unidades de este modelo durante la 2ª Guerra Mundial. Sin duda su gran baza era su robustez, que junto a su fiabilidad y sencillo mantenimiento la hacían perfecta para transitar los caminos más inhóspitos. Su velocidad de crucero estaba en torno a los 80km/h. Iban destinadas al Mariscal Asuchinleck, quien estaba a cargo de las tropas británicas que debían luchar contra el Mariscal Rommel.


Matchless G3L: Con un motor monocilíndrico de 349cc, 16CV y tan solo 110kg era una moto muy apropiada para las pistas de arena. De hecho se diseñó para un uso en el desierto, aunque más tarde tuvo su versión civil con la G3 Clubman. Eso sí, la ligereza inicial se veía comprometida por todo el equipamiento militar que tenía que llevar. Su velocidad máxima era de poco más de 100km/h y tenía un cambio de 4 velocidades. También tuvo una producción elevada durante la guerra, unas 80.000 unidades.


Norton 16H: Muy similar a la BSA. Cubicaba 490cc y sus prestaciones eran de 14CV y unos 110km/h. También estaba diseñada especialmente para las campañas en el desierto. Sus 100.000 unidades fabricadas durante la guerra dan muestra de su calidad y robustez. Para llegar a esa cifra hubo momentos en los que toda la fábrica centró sus esfuerzos en este modelo, incluso el equipo de carreras se vio en la línea de producción. Hoy en día es una moto especialmente valorada por los coleccionistas.

Seguramente que la mayoría de estas joyas hundidas no llegaron ni a hacer el rodaje, aunque no me imagino a un soldado de la 2ª Guerra Mundial mimando a su moto. Debían ser máquinas duras de verdad. Quizá la suerte quiso recompensar a estas elegidas con un descanso en paz lejos del destino de guerra y destrucción que la mayoría de sus hermanas tuvieron.

Todo aficionado al buceo que pueda (menudos tiempos vivimos…), debe ir al menos una vez en la vida al Mar Rojo. La increíble visibilidad, a veces de treinta metros, y la riqueza animal son dignas de disfrutar. Os lo recomiendo. Las sensaciones que viviréis os acompañarán toda la vida.

NOTA: Este post es una réplica del que escribí en Mayo de 2010 cuando era editor de MotorpasiónMoto.

Información SS Thistlegorm | Aquatours
Esquema pecio | Red Sea Diving Holidays
Fotos motos | Classic Motorbikes

La mirada del tigre

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La mirada del tigre es salvaje, altiva y poderosa. Esa mítica mirada, que tantos cineastas y deportistas intentan imitar en vano, es pura ferocidad. Hasta ahora. De un tiempo a esta parte se ha tornado triste, decepcionada, confusa. Esos ojos se han cruzado con los de otra criatura no más feroz, pero sí más cruel. Esta misteriosa criatura que camina sobre dos patas parece no apreciar la magnificencia de uno de los animales más bellos que pueblan la Tierra. Y este formidable felino que es el tigre, se siente turbado e inquieto cuando vislumbra la avaricia y la irresponsabilidad en la mirada de esa criatura que es el hombre.

Normalmente cuando somos niños todos tenemos animales favoritos. No valen los Angry Birds o similares, deben ser reales. Mi lista era y sigue siendo muy larga: delfín, oso polar, pigargo, orca, perro, lince, caballo, onza, lobo,… Me encantan los animales, podría seguir unas cuantas líneas pero no es plan de aburriros. Entre todos ellos destacan los tiburones y los tigres, siempre me han alucinado. Pero ese buen ojo que tuve para distinguir a dos de las especies más fascinantes del reino animal, parece que no lo comparten muchos humanos, esos que se empeñan en unirlos en un destino común, la extinción.


Al igual que los tiburones están amenazados por la sobrepesca y el finning, los tigres se enfrentan al ultimátum impuesto por los furtivos. Y una vez más es China la responsable, su mezquina voracidad es infinita. Además de por la piel, al tigre lo cazan por los huesos y otras partes del cuerpo para la fabricación de medicinas tradicionales. Hace años incluso se podía ver descuartizar a un tigre en algunos mercados clandestinos. Cuando los chinos completen su invasión silenciosa, cuando exterminen a todos los animales, espero no estar cerca de un todo a un euro. Miedo.

Asimismo la pérdida de su hábitat es otro de los motivos del alarmante descenso de su población. Se calcula que hoy en día ocupa tan sólo un 7% de su territorio original. En estado salvaje deben quedar unos 3.200 ejemplares, a los que hay que sumar unos 20.000 en cautividad, la mitad de ellos en China y Estados Unidos. Resulta desolador saber que hace 100 años moraban a sus anchas en Asia unos 100.000 tigres.


El tigre es el mayor de los grandes felinos. Sus dientes pueden triturar cualquier hueso y sus garras retráctiles llegan a medir hasta diez centímetros. Sus patas fuertes y cortas no están hechas para la velocidad, aunque puntualmente puede alcanzar los 55 km/h, pero sí para saltar hasta tres metros o arremeter con fuerza a su presa. Su visión nocturna es extraordinaria, pero quizá el rasgo que más le distingue es su sigilo y reserva, es un auténtico maestro del silencio. Dicen que los testigos o supervivientes del ataque de un tigre siempre coinciden en que apareció de la nada. Esta cualidad y su cada vez mayor escasez hacen que sean muy difíciles de observar en libertad.


En los últimos 80 años hemos conseguido extinguir tres subespecies: el tigre de Bali (el más pequeño), el tigre de Java (probablemente ya desaparecido en los ’50) y el tigre del Caspio (casi tan grande como el de Bengala, utilizado por los romanos en sus circos). Entre las subespecies que aún sobreviven, el tigre de Bengala con unos 2.000 ejemplares es el más numeroso en estado salvaje, gracias sin duda a un plan de conservación que poco a poco va dando sus frutos. Es el símbolo y animal nacional en India y Bangladesh. El siberiano (o de Amur) es el felino más grande y su población permanece estable entre 400 y 500 individuos. Los demás rebeldes que se resisten a la extinción son el tigre de Indochina, el malayo, el de Sumatra y el del sur de China. Este último sólo cuenta con unos 60 ejemplares, todos ellos en cautividad.

Los tigres suelen tener entre dos y seis cachorros por camada. Estos permanecen con la madre dos o tres años hasta que les llega el momento de buscarse la vida. Son solitarios y muy territoriales con los posibles rivales. Sus presas suelen ser ciervos, jabalíes, búfalos y otros grandes mamíferos. Puede matar y arrastrar animales cinco veces más grandes que él. Como buen depredador alfa, si tiene hambre atacará a cualquier cosa que le resulte comestible. Uno de los problemas en la lucha por su conservación es que al haber invadido su hábitat los encuentros con el hombre no son abundantes pero tampoco infrecuentes. La mayoría de ocasiones se centran en el ganado, evitan al humano, pero por desgracia en ciertas zonas de India no resulta extraño morir devorado por un tigre. Es así, sin ningún tipo de sensacionalismo barato y sin nada que achacarle al animal.


Es precisamente la búsqueda de esta armonía en la convivencia entre Homo sapiens y Panthera tigris donde está la clave para su conservación en estado salvaje. No se trata sólo de proteger áreas concretas sino de interconectar las mismas mediante corredores que permitan el desplazamiento del animal a las áreas de reproducción evitando conflictos mortales con el humano.

Como dice el prestigioso biólogo George B. Schaller, que lleva estudiando a los grandes felinos casi 50 años, “las comunidades necesitan incentivos para avenirse a compartir el territorio con los depredadores. Los beneficios deben basarse en valores morales y económicos”. Los gobiernos de los países con tigres en su fauna, poco a poco parece que van despertando del letargo y van tomando conciencia de la importancia de su conservación, China entre ellos.


Estamos obligados a preservar este maravilloso felino. Sólo por deleitarnos con su magnífica estampa ya se lo debemos. A pesar de que en cautividad parece tener el futuro garantizado, su esencia es salvaje. La situación es complicada, pero hay que concienciarse para que las generaciones futuras puedan ver y sentir de nuevo la ferocidad de la auténtica mirada del tigre.

Más información | PantheraNational GeographicWikipedia.

Moteros sin moto

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Las once de la mañana. Para la mayoría la hora del bocata y el Cola Cao, si bien algunos intrépidos ya experimentan con el café. Para mí… la hora de soñar. Es mi primer año de instituto y son las once de la mañana de un día de clase, la hora del recreo. La valla que hay que saltar mide dos metros, pero eso con catorce años es poco más que un escalón. La prisa apremia, sólo disponemos de media hora para ir, soñar y volver. Nuestro destino, la tienda de motos.

Han pasado veinticinco años y todavía siento esa emoción, mas ahora estoy despierto, el sueño se cumplió y fue mejor de lo esperado. En mi primer año de instituto la fuerte atracción que sentía por las dos ruedas se tornó en pasión. Las excursiones clandestinas que algunos hacíamos a la tienda de motos cercana fueron responsables en gran medida de esa metamorfosis. Hoy en día soy amigo de los dueños, ya les he comprado tres motos y sigo pasando por la tienda cuando me avisan de la llegada de alguna novedad. O simplemente cuando me apetece charlar con buena gente rodeado de bujías y ruedas.


Paco debía estar hasta los cojones de esos críos que puntualmente derramaban sus babas todos los días a la misma hora, pero creo que el brillo de nuestros ojos le conmovía y reprimía las ganas de darnos una buena patada en el culo. Por entonces las deseadas eran RDs y MBXs de ochenta centímetros cúbicos. A las VFR, FZR, GPZ o GSX casi ni las mirábamos por miedo a quedarnos petrificados admirando sus curvas y no llegar a tiempo a clase, aunque reconozco que no teníamos muchos escrúpulos a la hora de hacer piardas.

Ese año comencé a ser un motero sin moto. Las revistas que hacía ya tiempo que compraba (me podían faltar chucherías, pero no mi revista), dejaron de ser sólo una crónica de las carreras del fin de semana. Pasé a analizar minuciosamente todas sus pruebas y reportajes. Comencé a disfrutar los relatos del increíble viaje de Emilio Scotto y su Princesa Negra. Me inicié en el noble arte de ir de paquete. Inauguré mi tablón de sueños.


Pasaron los años y mis anhelos de sensaciones fueron en aumento. Los innumerables viajes en coche, de norte a sur del país, suponían un ejercicio de identificación de motos y de saludos en V a sus pilotos. Imaginaba que en vez de ir en coche con mis padres y hermanos, surcaba la carretera en mi reluciente montura casi alada. Sacaba la cabeza por la ventanilla para sentir el aire en la cara, giraba la cabeza acompañando cada curva…

A pesar de que en mi familia no había tradición motera, seguí soñando. Sabía que algún día llegaría, que esas sensaciones serían mías y que sólo las compartiría con mi compañera de metal. Es difícil llevar que nadie te entienda cuando tienes menos de veinte años. Pero hoy en día agradezco que mis padres no cayeran en mis múltiples chantajes para que me comprasen una moto. Era una época extraña, el casco no era obligatorio, a veces íbamos un poco pasados de vueltas, algunos amigos caían. Empecé a comprender que ir en moto era algo serio, algo que necesitaba grandes dosis de responsabilidad. Aun así, seguí soñando.

De joven mis sueños eran de velocidad y sensaciones fuertes, aún no eran sueños de libertad y sensaciones frágiles, esas que hoy me emocionan y hacen que emerjan esas lágrimas que a veces se sintieron reprimidas. Quizás haya que llegar a cierta edad para experimentarlas.


Un día el sueño se cumplió. Comencé a sentir nuevas sensaciones, mis primeras curvas, mi primer viaje, mis primeras ráfagas a otros compañeros, mi primera rascada de rodilla en circuito… Era yo, era real. Y a pesar de los malos momentos, que también hubo, fue mejor de lo esperado. Ahora estoy despierto, algunos sueños han cambiado de aspecto, pero no me preocupa porque sé que muchos se cumplirán. Miro por el retrovisor y recuerdo con cariño ese primer flechazo por la moto, esa que nos mueve el alma a pesar de no ir sobre ella, a pesar de amarla en silencio o en la distancia.

Sirvan estas líneas de humilde homenaje a todos los soñadores que aun sin disfrutar de una moto, se emocionan al imaginarse con el aire golpeando su rostro, saludando a compañeros de carretera o disfrutando de la singular sensación de libertad que te ofrecen las dos ruedas. A todos los moteros sin moto. Si es tu sueño, persíguelo. Si lo haces con todas tus fuerzas dejará de ser una foto plastificada en una carpeta y pasará a hacerse realidad.

Fuel Fandango: 98 octanos para tus oídos

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Hará un año y pico escuché que había un grupo con un nombre que me llamó la atención, Fuel Fandango. Aún no había escuchado su música y ya me puse de mala hostia. “Otro grupo de niñatos con un nombre pretencioso”, pensé. Y es que me gustó ese nombre, me pareció potente y significativo, y coño, había que hacerle honor. Entonces escuché “Uh Uh”… Bastaron los quince primeros segundos del tema para saber que me iba a cautivar todo lo que escuchase de ellos y, efectivamente, sentenciar que había sido un capullo al prejuzgarles. Valga decir que hacen honor al nombre del grupo, en su poder suena perfecto.

Cuando escuché el disco al completo lo flipé. Hacía mucho tiempo que nadie del panorama musical nacional me sorprendía. La fusión de funk, rock, pop, blues, electrónica y flamenco es demoledora, trazada en perfecta armonía. Ellos definen su música como “canciones orgánicas de baile” y cuando los ves en concierto no puedes estar más de acuerdo. Si el disco te parece bueno, espera a verlos en directo.


El dúo lo forman la cordobesa Nita y el tinerfeño Ale Acosta. En los conciertos les acompaña el batería grancanario Carlos Sosa. Ellos tres se bastan para hacerte bailar y moverte como un condenado. Suenan potentes y frescos, acompañados de una puesta en escena con una estética flamenca original y cuidada.

La verdad es que por el nombre no conocía a Ale Acosta, pero cuando descubrí que también había estado detrás del proyecto de Mojo Project no me extrañó en absoluto. Este tío es un genio. Mojo Project es otro ejemplo de cómo fusionar elegantemente la electrónica con otros géneros, aunque en este caso eran el jazz y el funk los que prevalecían sobre los demás. También tuve ocasión de disfrutar de su potente directo, imposible no moverse con ese pedazo de banda. Este productor y DJ ha trabajado con gente de la talla del maestro Enrique Morente. Posee un magnífico curriculum.


El que Nita sea un bellezón es lo de menos. Te enamorarás de ella por el descomunal arte que gasta sobre el escenario. Crea una complicidad con el público que, no se me ofendan féminas de otros lares, sólo puede obrar una andaluza de pura cepa. Pero la pasión y brío que exhibe en directo no van huérfanas. Las dirige una potente voz que se mueve de maravilla entre el registro más flamenco y el más soul. El que las letras de las canciones sean una combinación de inglés y castellano queda en una anécdota, la transición de Nita de un idioma a otro es tan natural como su arte.

Su primer disco, “Fuel Fandango” (2010), es redondo del principio al final. No sabría con que corte quedarme; “Just” me parece una auténtica barbaridad, “Always Searching” es uno con los que más alto he saltado en un concierto, “The Engine” es una delicia que te recuerda que el amor es el verdadero motor del mundo, “Lifetime” me resulta de lo más intimista, uf, difícil elección. ¡Todos! Hace un par de meses han publicado “Remixed”, en el que distintos productores, DJs y grupos como Wagon Cookin’ mezclan nueve temas del primer LP. No lo he escuchado aún, estoy esperando que me llegue y estoy frito ya, está agotado temporalmente en la web en que hice el pedido. Pero seguro que la espera merece la pena.


Pensaba haberle dedicado el primer post musical del blog a mi artista predilecto, Prince, porque con él comencé a sentir de verdad la música, pero no creo que el genio de Minneapolis se enfade conmigo cuando descubra la cantidad de octanos que tiene este fuel. Quizá le llame para que me acompañe a verlos por tercera vez en el Festival Territorios de Sevilla, en menos de un mes.


Más información | Web Oficial


Entrevista a un TT rider: Antonio Maeso

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Decir de alguien que es un TT rider es algo muy serio. A primera vista parece que sólo hablas de un piloto de motos que participa en el Tourist Trophy de la Isla de Man (nótese la cursiva de sólo). Pero es mucho más. Es un valiente. Es un soñador. Es un loco. Es un apasionado. Es un romántico. Pero sobre todo es un hombre con los nervios de acero, que rodando fundido con su máquina a velocidades de videojuego, se siente más vivo que lo que el resto de los mortales nos sentiremos jamás.

Antonio Maeso es un TT rider.

Tuve ocasión de conocer a Antonio hace un par de años, durante una prueba del Campeonato Andaluz de Velocidad, carrera que ganó por cierto. Hablé con él tan sólo unos minutos, pero recuerdo perfectamente como al decirle que ir al Tourist Trophy era uno de mis sueños, me dijo mirándome muy serio: “Tienes que ir”. Esa mirada rebosaba pasión y respeto por el TT. Detrás de ese hombre menudo y con cara de no haber roto un plato en su vida, había un valiente, un soñador que había encontrado en la prueba más legendaria y arriesgada del planeta su razón de ser.


Hay que tenerlos muy bien puestos para participar en el TT o en cualquiera de las road races (carreras en carreteras cerradas al tráfico) como la NorthWest 200 o el Ulster GP. Cualquier pequeño fallo puede llevarte al desastre. Aquí no hay escapatorias y sí árboles, farolas, muros y bordillos. Estos pilotos sí que hacen bueno aquello de que “están hechos de otra pasta”. Que nadie lo dude.

Antonio Maeso ha competido en cuatro ocasiones en el Tourist Trophy (de 2007 a 2010). Con unos medios más que justos ha demostrado una gran progresión que se vio truncada en 2011 cuando no pudo participar por falta de sponsors. Pero en 2012 gracias a su perseverancia y al proyecto de financiación de masas “MaesoTT2012”, el sueño vuelve a hacerse realidad. Se lo merece. Los que le seguimos hemos visto como ha trabajado este invierno, como ha cortado, soldado y lijado, como ha preparado hasta el último detalle de las motos. Es la hora del currante. Es la hora del valiente.

El piloto almeriense siempre ha demostrado un gran cariño y respeto por los aficionados que le seguimos. Y la mejor prueba de ello es que, a pesar de no disponer apenas de tiempo ya que está metido de lleno en la preparación de la temporada, ha tenido la gentileza de concederme esta pedazo de entrevista. Como podéis suponer, sus respuestas, llenas de humildad y realismo, ni han sido parcas ni tienen desperdicio. Es como hablar con un piloto de los de antes. Es un TT rider.


Nostromoción [N]: Antonio, que alegría poder decir a día de hoy que el proyecto MaesoTT2012 ha sido un éxito. ¿Te esperabas tanto interés, generosidad y cariño por parte de la afición?

Antonio Maeso [AM]: Pues lo cierto es que me ha sorprendido porque hay mucha gente que me ha demostrado un gran cariño y me han ayudado mucho. Han colaborado, han difundido el proyecto y se han identificado con él. Así que la verdad es que estoy sorprendido y enormemente contento y agradecido por el interés que ha despertado, sobre todo en la afición más pura, por llamarla de alguna manera, a la moto y a las carreras.

N: Aparte de las aportaciones y patrocinadores, una de las motos te la ha prestado un aficionado gallego, del que es justo decir su nombre, José Manuel Campos. ¿Qué cara se te queda ante semejante gesto?

AM: De nuevo es algo increíble, ¿no? Porque, aunque sólo sea económicamente, sabemos lo que cuesta una moto y el riesgo que hay de que se rompa, como en cualquier carrera pero quizá más en el TT por lo que sufren los motores y demás. Está claro que el gesto ha sido realmente fantástico y solamente puedo tener palabras de agradecimiento para José Manuel. Y esperar que nos divirtamos, que es de lo que se trata. Él vendrá para asistirme a la Northwest 200 y espero que con el transcurrir de los años sea un bonito recuerdo.


N: Tras cuatro magníficas participaciones en el TT, en 2011 no pudiste participar por falta de sponsors. Si no recuerdo mal, comentas que te costó tres años aprenderte el circuito de memoria. ¿Crees que acusarás este año sin participar? ¿Has hecho algo especial para mantener vivo en tu mente el circuito?

AM: Pues efectivamente yo espero que no se note, pero está claro que el estar un año sin participar, es decir, en vez de doce meses han pasado veinticuatro desde la última vez que pisé el circuito, en algo tiene que afectar. Esto es algo que se escapa de mis posibilidades de control, viene así y espero que tras los primeros entrenamientos todo vaya bien y pueda ponerme en ritmo. Pero bueno, tendremos que ver cómo va todo. En lo referente a si he hecho algo para mantener vivo el circuito, la verdad es que veo habitualmente (y más este año con tanto evento) la grabación de la propia cámara on board de mi moto. Y sí, me sirve para refrescar pero soy de los que piensan que si tienes algo en la cabeza y activamente haces por que esté ahí, no lo olvidas fácilmente. Creo que en ese sentido no tendré demasiados problemas.

N: Participarás con una KTM RC8R Track (Superstock), con la M-1000 (Superbike y Senior TT), con una Yamaha R6 (Supersport) y con la Supertwin (Lightweight 650). Me figuro que debe ser difícil adaptarse a cuatro motos tan diferentes en un circuito tan complejo y delicado como el del TT. ¿Con cuál crees que obtendrás mejores resultados?

AM: Ciertamente va a ser difícil adaptarse a las cuatro motos. Lo tomo como un desafío más, es decir, ya el TT en sí mismo es el desafío más grande que hay en la disciplina de la velocidad, por lo peligroso, por lo rápido, por lo largo del circuito, por lo cansado, miles de curvas diferentes, baches,… Ya es en sí el no va más en dificultad, y sumarle que compita con diferentes motos, pues sí, es darle un grado más pero ante la dificultad propia del TT esto es algo casi anecdótico, aunque en otra competición sí podría suponer un desafío muy grande. Hay que tener en cuenta que en los últimos años me he dedicado únicamente a esta carrera, y bueno, tengo que aprovechar que este he tenido la suerte de poder conseguir motos y por lo menos tendré más opciones de disputar y tener más posibilidades de alcanzar mi sueño de estar delante en el TT. Así que cuantas más alternativas tenga mejor. Creo que va a ser muy difícil pero muy bonito. Por otro lado, los grandes pilotos de esta carrera participan también en todas las categorías, y lo hacen bien. Intento llegar a ese punto, desde la modestia intentaré hacer que esa cantidad de kilómetros al final se manifieste en una mejora en los tiempos y en mi estatus como piloto del TT.


N: Hace un par de años probé una RC8 y me pareció una moto con una parte ciclo excelente y a la que te familiarizabas muy pronto. ¿Cuáles son tus impresiones ahora que ya has terminado el rodaje y la has exprimido más? Cuéntanos sus pros y sus contras.

AM: La moto ya la había probado, hace tiempo, cuando se presentó para una revista en el circuito de Ronda, y ya me gustó mucho. La verdad es que la parte ciclo creo que es muy buena, es una moto rígida, con suspensiones de calidad. Lo que en sus inicios era un handicap, que el motor fuese más bien lento en la parte alta, en los últimos tiempos ha mejorado mucho y ahora es un motor bastante rápido. Además, esta versión Track que voy a utilizar es lo máximo que tiene KTM ahora mismo para sus clientes, así que espero ir bien con ella. Es cierto que, en principio, un circuito tan rápido para un bicilíndrico no es lo ideal, normalmente la potencia bruta se suele imponer, pero también hay muchas zonas del TT en las que vas a medio o tres cuartos de gas, y ahí el tener una buena tracción, docilidad y un chasis que te permita un rápido paso por curva, puede tener también sus ventajas. No lo sé, la verdad es que todas las motos que llevo son una incógnita. Hay que tener en cuenta que son todas motos nuevas para mí y excepto con la KTM, con la que he tenido algo más, ha habido muy poco tiempo de adaptación. Con la R6 prácticamente ninguno, sólo un entrenamiento. Y la Supertwin a día de hoy todavía no ha pisado la pista, la vamos a terminar justo para meterla en la furgoneta y llevarla, así que casi la arrancaré allí. Es todo muy incierto, no se por donde van a salir, pero ahí sí tiene ventaja ir con tanta moto, alguna irá bien y con alguna me podré divertir e intentar ir rápido.                 

N: La Supertwin es una moto completamente nueva y que estrenará categoría. Personalmente creo que lo puedes hacer de fábula, en motor no se debería notar tanto la diferencia entre las oficialísimas y las más modestas, pero aún así y viendo lo que estás trabajando en ella, me da la impresión de que la preparación de la Supertwin es casi más compleja que la de las grandes, ¿Es cierto esto?

AM: La Supertwin ha sido una apuesta personal. A mí me gusta mucho el bricolaje y preparar yo mismo mis propias motos, y vi en esta categoría la posibilidad de poder meter mano a una mecánica con un poco menos de complejidad que la de las motos de mil. También por economía, al ser más barato preparar una moto más pequeña. Y porque el reglamento permite tocar bastantes cosas, lo que por un lado es negativo, ya que los equipos oficiales van a presentar motos absolutamente de gran premio, la gente se va a llevar una sorpresa con las motos punteras, porque van a ser muy, muy rápidas, increíblemente rápidas para la categoría y el tipo de moto del que parten. Pero en fin, Carlos Escaso, de Almería, que es el que me ha ayudado a prepararla, y yo le hemos puesto ilusión, aunque la verdad es que nos ha faltado tiempo, un par de meses, porque la vamos a poner en pista allí sin haberla probado ni una sola vez. Pero como digo tenemos ilusión con esa moto y es una apuesta más, a ver si hay suerte y va bien. Por otro lado el pilotaje para mí no supone problema porque me recuerda mucho a las motos pequeñas del Criterium que piloté en su día, y me gusta, no debe ser problema.


N: Ya has anunciado que participarás en la Northwest 200, previa al Tourist Trophy. No es como en el TT y en lugar de salir de uno en uno cada cierto tiempo, se sale de manera tradicional, todos juntos desde la parrilla de salida. ¿Cómo te planteas esa prueba?

AM: En la Northwest 200 ya participé, o por lo menos hice el intento en el 2008, lo que ocurre es que no pasé del primer día de entrenos porque el motor de mi R1 se fundió en una de las rectas, se fundió una biela y me tuve que retirar. Entonces me puse a buscar dinero para, a la semana siguiente en la Isla de Man, poder comprar un motor (como hice) y poder correr el TT. Así que va a ser como volver a empezar, como una competición nueva. Y la verdad es que me lo planteo como una carrera, una prueba internacional importante, espectacular. La Northwest es una carrera increíble. Vamos a ver qué tal sale, voy a correr en seiscientos y en mil, y sí es cierto que, si todo va bien, puede ser una buena experiencia para llegar más rodado al TT. Pero lo afronto como una prueba en sí misma muy importante, en la que quiero hacerlo bien. Aunque allí contaré con muy poquita asistencia, prácticamente estaré solo, no como en el TT al que sí que irá más gente a ayudarme, por lo que me lo tomaré con cierta tranquilidad, no puedo pretender hacer otra cosa estando allí sin muchos medios.   

N:¿Sigues con la idea de participar en el Ulster GP tras el Tourist Trophy, y en el GP de Macao a final de año? Creo que serías el primer español en hacer una temporada completa de road races.

AM: La verdad es que la idea de ir al Ulster se desvanece un poco, por falta de presupuesto, pero sin embargo lo de Macao a final de año no está para nada descartado, tengo que estudiarlo algo más, pero el GP de Macao sí que está fijo en mi calendario. Quedan muchas cosas por ver para decidir si se puede ir o no, pero desde luego que lo voy a intentar.


N:¿Qué titulares te gustaría leer sobre ti en este 2012?

AM: Bueno, que Antonio Maeso termina en una buena clasificación en el TT 2012, eso sería lo ideal y lo que me gustaría que ocurriese.

N: Antonio, para muchos de nosotros el Tourist Trophy de la Isla de Man es el máximo exponente de la competición sobre dos ruedas, donde pilotan los hombres más valientes del mundo, donde el romanticismo de las carreras aún existe, donde la gloria y la tragedia están separadas por muy pocos centímetros… ¿Qué se siente al formar parte de algo así, al ser un TT rider?

AM: Se siente algo muy especial. La verdad es que sin ser nadie, porque no soy nadie, sí que es cierto que pertenezco a ese selecto club en el que, podemos decir que competimos, rodamos y vivimos en el escenario más impresionante y la carrera más increíble que conozco en el planeta sobre dos ruedas. Y la verdad es que en cierta manera te sientes orgulloso, aunque no sé si es ese el adjetivo, pero sí, contento porque nunca lo hubiera soñado y entrar en ese club es bonito, es la culminación a muchos años de amor por este deporte y por la competición.


N: Para terminar, permíteme un capricho. Ya habías participado antes con un bicilíndrico, con una Aprilia RSV Mille en el CEV y el CAV (el andaluz), y sé que tuviste sensaciones encontradas con esa moto. Dime algo bonito de ella porque yo sigo enamorado de la mía.

AM: Fue un año que yo venía de ganar la Challenge Yamaha, en Andalucía y la nacional en la final en Valencia, un año muy exitoso. Así que Aprilia, a través del concesionario en Almería Salvauto, decidió que hiciésemos el Campeonato de España, me ficharon para llevar la RSV. La verdad es que es una moto con la que fui muy rápido, me divertía, el chasis era fabuloso, el motor salía desde abajo como una locomotora, pero tenía el problema de los bicilíndricos, la potencia arriba, y también un poco de peso de más. Y bueno, aquel año hubo muchas roturas en el CEV, no conseguí estar delante, estaba siempre en mitad del pelotón y con muchos problemas. Además me tiró Iván Silva en Montmeló, me partí los dos tobillos, en fin. Así que lo único positivo fue que en el andaluz, en Guadix (un circuito corto), conseguí una victoria. Pero fue bonito aquel año de carreras, aunque las prestaciones de la moto estuvieran un pelín por debajo.

N: Me quedo con que te divertías con ella, a mí me pasa lo mismo, aunque mucho más lento que tú. Antes de terminar te diré que en eso que has dicho de que no eres nadie no estoy de acuerdo, y estoy seguro que todo el que haya leído hasta aquí pensará lo mismo. Además de hacernos soñar a más de un aficionado, tu pasión y tu compromiso con este deporte te hacen grande, muy grande.

AM: Pues muchas gracias. Un saludo, hombre.

N: Gracias Antonio, muchos volaremos contigo en la isla, nuestros nombres harán historia. Todos los soñadores de este país estamos contigo y te deseamos muchísima suerte en esta apasionante temporada.

Lujo. Publicar esta entrevista en un humilde blog como este no tiene otro nombre.




Para colaborar en su proyecto | Maeso TT 2012
Y no olvidéis el blog donde no se corta un pelo tras cada GP | Racing Backstage

Brindo por ti, JC

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Hace casi cuatro meses que tengo el blog abandonado. El no disponer de internet durante un tiempo y el calor del verano han hecho que me aleje del teclado más de lo que pensaba. Volveré. Pero hoy me he buscado las habichuelas para tener internet y subir este texto, porque necesito sacar algo de la tristeza y rabia que llevo dentro. Necesito hacerle un pequeño homenaje a un amigo que se ha ido. A todos los hermanos motoristas que, como Juan Carlos, se han ido demasiado pronto haciendo lo que más nos gusta: montar en moto.


Toda la locura de las redes sociales tiene una parte buena, muy buena. Y es que te pone en contacto con personas que no conoces personalmente, gente cojonuda que comparte aficiones contigo. Con el paso del tiempo se llega a crear un vínculo de amistad y cariño realmente fuerte. Tan fuerte que lloras sentidamente la pérdida de uno de estos amigos de la red.


JC Nokalkorretant era uno de estos amigos. Nos conocimos por seguir al escritor Miquel Silvestre, y desde el primer momento me resultó de lo más simpático y divertido. Tenía muchas ganas de tomarme unas cervezas con todos los buenos amigos que nos reuniremos a mediados de septiembre. Pero especialmente con él, porque me alegraba muchos días con sus bromas y todo el cachondeo que se traía entre manos.

Me gusta la gente vital y optimista, y estoy seguro de que Juan Carlos era el puto amo en eso, solo hay que ver las innumerables fotos que se hacía saltando en cada sitio que visitaba. Y es que, la primera vez que vi una foto suya saltando, pensé que era la máxima expresión de la alegría de vivir, del buen rollo. Y así le recordaré siempre.


Cuando me enteré que un maldito guardarraíl asesino se lo había llevado, a principios de este mes, se me nublo la vista y se me inundaron los ojos. Eran lágrimas de pena por una amistad perdida. Una amistad verdadera, la que sientes por alguien con el que te identificas, con el que te diviertes, con el que compartes tu vida, alguien a quien tienes mucho cariño.

Es jodido. Es muy jodido que la gente se nos vaya antes de tiempo. Te cuestionas cosas, te asaltan dudas y miedos, te arrepientes de no haber pasado más tiempo con ellos. Y según el lazo que te una, es realmente difícil seguir adelante. Muy difícil. Por desgracia lo sé. Supongo que cada palo que te da la vida te roba un trozo de esa energía positiva que tenemos todos almacenada, a veces en sitios ocultos, difíciles de encontrar. Pero hay que buscarla, es lo que hay.


Ya no tendré ocasión de tomarme esa cerveza contigo, aunque estoy seguro que estás al otro lado de la carretera con birras fresquitas para todos tus compis y primas. Pero no, de momento no te la acepto amigo mío, porque los que nos quedamos a este lado tenemos el deber de disfrutar de cada pequeño momento que nos regala esta puta vida, de respirar hondo y sentirnos vivos. Por todos los que ya no estáis, porque cuando crucemos la carretera tenemos que contaros todo lo que os habéis perdido. Y entonces tendremos mucho tiempo para charlar y hartarnos de ese zumo de cebada que tanto nos gusta.

Brindo por ti, JC. Brindo por todos los hermanos motoristas caídos. Me acompañaréis en cada kilómetro, de forma positiva, sin miedo, con prudencia. Seguiré disfrutando de la carretera, de la ruta. Igual que hacíais vosotros. ¡Salud compañeros!

Y tú, Juan Carlos, no dejes de saltar y lía el taco allá donde estés.


Fotos JC | Facebook

P.D.: Mecagoenlosputosguardarraílesasesinos.

15S3C: Asilvestrados, Año Cero

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El pasado 15 de septiembre, en la localidad madrileña de Tres Cantos, se produjo un acontecimiento bastante insólito. Centenares de personas, pata negra todas, se reunieron para dar la bienvenida y conocer a un curioso personaje. Curioso, entrañable, auténtico, culto, sensible, valiente… y creo que ante todo, buena gente. No era otro que Miquel Silvestre. Escritor, motard y aventurero que recién terminada su Ruta de los Exploradores Olvidados (REO), quiso saludar y abrazar a todos los amigos que de una forma u otra hemos seguido y apoyado sus andanzas por todo el globo.


Hay que decir que la REO no ha sido un viaje/aventura en moto más. Vaya por delante que ninguno lo es. Para mí todos los viajes en moto son especiales, incluso los que duran unas pocas horas o recorren unas decenas de kilómetros. Y esto probablemente sólo lo entienda quien realmente siente de verdad lo que es montar en moto. Pero el viaje de Miquel ha sido singular, pionero. Ha seguido los pasos de figuras históricas como Pedro Páez, San Francisco Javier o Magallanes. Él y su moto, Atrevida, han viajado por cuatro continentes. Ha sido el primer español en llegar en moto a Filipinas. Y gracias a las redes sociales, muchos hemos seguido su periplo prácticamente en directo, creándose además, en torno a su figura, una comunidad de gente realmente cojonuda.

 
Entre varios amigos de la red, entre ellos el recordado Juan Carlos Nokalkorretant, y con todo el cariño, se le organizó el evento de Tres Cantos. Habría recibimiento, charla, firma de libros, venta de camisetas, reunión de amigos y… abrazos y cerveza. Muchos abrazos y mucha cerveza. Así pues, ya que últimamente me he vuelto más sensiblón y gasto mucha sed, me dispuse a pasar un fin de semana cargado de buen rollo.

Los días previos no paraba de mirar los partes meteorológicos… no tenía ganas de lluvia teniendo en cuenta la mierda de tienda de campaña que llevaba, reciclada de un Gran Premio en Jerez, donde debí dejarla. Pero estamos en crisis y hay que aprovecharlo todo. Por suerte el buen tiempo nos acompañó durante el fin de semana.





El evento oficial era el sábado 15, pero un buen puñado de asilvestrados impacientes nos plantamos allí el viernes. Había muchas ganas de ponerle cara a los nicks y de brindar con gente con la que hacía meses que interactuabas en la red.

Así pues, el viernes bien temprano puse rumbo a Sevilla a recoger a una compi con la que iba a subir a Madrid. El viaje transcurrió sin mucha historia, todo por autovía, o sea, un aburrimiento. Tras perdernos un poco al acercarnos a Madrid (ejem, por culpa mía) por fin llegamos a Leganés, donde nos esperaban los primeros asilvestrados y cerveza fresquita. Y… ¡coño! Empiezas a dar abrazos, a charlar y a conocer al personal, y de repente te das cuenta que tienes en la cara una sonrisa de oreja a oreja que hacía tiempo que no tenías.


Antes de ir al camping pasamos por el cuartel general de operaciones en Tres Cantos, el Horno Desirée, propiedad de un asilvestrado, que se portó de maravilla por cierto. Más gente cojonuda, más cervezas, más charla y uno cada vez más a gusto. Pero había que irse antes de que la ingesta de birra se hiciese ilegal y se fuese la luz. El camping La Fresneda estaba a unos 20 kilómetros. Después de montar el amago de tienda me di una duchita reparadora, que tras 14 horas con el mono de cuero puesto me sentó de maravilla. Miento, lo realmente reparador fue tomarme una pinta bien fresquita. A partir de ahí comenzó una noche realmente divertida.

Creo que la terraza del bar de un camping nunca estuvo tan animada. Literalmente era nuestra. En las mesas había de todo, empanada gallega, gambones de Huelva, butifarra catalana y vinos de todas partes del país. Y venga buen rollo. Algunos hasta venían con pelucas. Acojonante. No conocía a nadie hasta ese día y, joder, me lo estaba pasando como si fuesen mis colegas de toda la vida… Risas y más risas. Allí había algo más que una exaltación etílica de la amistad. Allí había un gran sentimiento de unidad. Estoy seguro que esa noche se fraguaron muchas amistades para toda la vida.


Entre pinta y pinta llegó el momento en que nos echaron. Había que cerrar el bar, aunque, no sé, sospecho que nuestra incapacidad para controlar el nivel de decibelios fue la causa real. Pero no había problema, teníamos la jaima de los compis gaditanos. Eso sí que era una tienda de campaña de verdad, con su porche y todo. Allí nos dieron las tantas y certificamos que había sido una gran noche.

Tres horas. Eso fue lo que dormí esa noche. Noche dura para todos, por el frío y porque parece que alguien estuvo cortando encendido con los pulmones un buen rato. Tengo que decir que a pesar de las acusaciones de algunos de mis nuevos amigos, yo escuché más de un bicilíndrico por allí. El caso es que la resaca era proporcional al disfrute anterior. Nada nuevo y nada que un par de cafés y un espidifen no puedan arreglar.


Al mediodía nos fuimos a Tres Cantos y nos instalamos en el asilvestrados headquarters. Las tapitas y las cervezas eran obligadas para resucitar, había que estar medio presentable para todos los nuevos amigos que iban llegando. La charla de Miquel iba a ser en La Casa de la Cultura, muy cerquita del que ya era nuestro bar, así que aparcamos las motos pronto en la plaza del Ayuntamiento para despreocuparnos de ellas por unas horas. La mayoría que iban llegando eran de corte rutero, y BMW ganaba por goleada. Las deportivas éramos minoría, e italianas ni te cuento.

Algunos compañeros ya habían montado el chiringuito para adquirir los pases, camisetas y libros de nuestro explorador. Libros ya los tenía todos, pero la camiseta era obligado pillarla. Y que me perdone Miquel, pero me hacía especial ilusión esa camiseta por la silueta de nuestro querido JC. Con el pase lo clavaron porque me tocó el 27, como el dorsal de mi piloto favorito. Me gusta.


Tras una animada tarde llegó el momento en que apareció Miquel Silvestre escoltado por otros amigos grandes viajeros. Aparcó su moto junto a la Princesa, la BMW R80 GS del ’92 protagonista de su libro Un Millón de Piedras. Y lo que vimos todos fue a un tío realmente emocionado y abrumado por un recibimiento tan caluroso. Creo que no se imaginaba que la gente le tuviese tanto cariño. Pero así es, amigo.

Tras un buen rato de fotos, abrazos y charla pasamos al salón de actos. La presentación de Silvestre realmente no tuvo guión. Con algunos de sus videos de fondo, nos estuvo contando los pormenores del viaje y proyectos futuros, y respondiendo a las preguntas que le íbamos haciendo. La verdad es que fue muy divertida, entretenida y emotiva. Para finalizar se proyectó un video homenaje a Juan Carlos y otro con fotos enviadas por todos nosotros, con sus libros o pegatinas en nuestras motos. Ya de noche, salimos fuera y culminamos con el gran salto por JC que veis en la portada. Había merecido la pena venir.


Mientras Miquel se quedó firmando libros en la plaza, unos cuantos nos fuimos… sí, a beber cerveza. Ya le pillaríamos en el camping. Eso sí, fuimos buenos y no nos liamos demasiado. Nos quedaba una noche y mejor darlo todo con la moto aparcada.

El panorama de la noche del sábado en el camping era el mismo que el del viernes, pero con más gente y con la presencia de Silvestre. Al pobre cuando llegó lo abordamos para que nos dedicase nuestros libros. Bendita paciencia. Yo llevaba los seis y al final sólo le di dos porque no quería agobiarlo mucho. Muy grande su dedicatoria de las piedras, recordando el post Moteros sin moto. Gran memoria. Detallazo. Espero que pronto me dedique los otros cuatro. La verdad es que fue cercano y cariñoso con todos nosotros, y eso se agradece cuando viene de un tío al que admiras, en mi caso, más que por su faceta aventurera, por su prosa magnética, cruda y cultivada.


Una vez más ni la presencia de Miquel nos libró de que nos echaran del bar. Plan B: nos salimos fuera del camping. Con unas cuantas botellas de vino, por supuesto. No tardamos en formar un corrillo y comenzar a contar aventuras y más de un chiste. Tras un buen rato allí, un grupito de invencibles no pudimos rechazar la llamada de los compis que se resistieron a salir, pero que seguían de juerga en modo silencioso. Y aunque lo estoy contando todo, lo que pasa en la jaima, se queda en la jaima.

Dos horas. Eso fue lo que dormí esa última noche. Y ni idea de si alguien estuvo al ralentí, caí como un tronco de esos que salen en el reality de leñadores. La resaca era tan monumental que decidí no ir de ruta a la Cruz Verde con Miquel y algunos compis. Me dio rabia, pero tenía la ingrata labor de despejarme a base de cafés y una ducha fría. Debía desmontar el campamento y volver… no, volver a casa no, volver a la carretera y seguir de ruta. Días de despeje mental y destino incierto con mi querida Mille me esperaban, pero eso es otra historia.


Miquel, ha sido bonito. Realmente bonito el fin de semana. Te mereces nuestro cariño y nuestro respeto por tus obras, por contarnos tus viajes, pero, ¿eres consciente de lo que conseguiste ese fin de semana? Además de llenar de ilusión el alma de muchas personas, has hecho que seamos amigos, que estemos en contacto y deseando hacer rutas juntos, vernos de nuevo. Incluso muchos pensamos que deberíamos hacer que el espíritu de Tres Cantos reviva cada año en torno al 15 de septiembre… Simplemente, gracias.

Very good, very good my friend.


NOTA: Excepto el de Miquel Silvestre, no he querido usar nombres propios para no cometer el error de olvidarme de alguien. Hubiese sido injusto porque sois todos cojonudos, del primero al último. Y chicas, estáis incluidas en ese todos, ¿eh?

FOTOS | Jonathan Alonso Fotografía (1&8), Miquel Silvestre (2), Xavier López Roca (3), Isimac Piedras Doradas (5&6&7).


Milleando por Sanabria

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Una vez más tengo las neuronas exhaustas tras el arduo trabajo de inventar un nuevo palabro. Por la edad y el maltrato al que se han visto sometidas, cada vez cuento con menos, pero las pocas que quedan son unas cachondas. Ya en serio, esta tontá de millear viene del apellido de mi querida compañera de viajes, Mille, y de que una milla es una medida de longitud (no os engaño, las hay náuticas y terrestres). Así que me ha parecido apropiado utilizar este nuevo verbo para definir la acción de viajar con mi moto… Supongo que muchos estaréis deseando leer a continuación que tipo de hierba me he fumado, pero no amiguitos, vamos a millear.
 


 
Después de un gran fin de semana en Tres Cantos en el que conocí a un montón de motards cojonudos, comenzaban para mí unos cuantos días de ruta en solitario con mi querida máquina. La ilusión era enorme. Disponía por primera vez en mi vida de los días que me diese la gana, prácticamente hasta que se me gastase el dinero. El objetivo no era llegar a ningún país extranjero ni hacer ningún itinerario famoso o ambicioso. Al contrario, era sencillo: disfrutar del camino, improvisar la ruta, perderme, saborear los pequeños detalles. Y además, saldar una deuda que tenía con la geografía nacional. Conocer Galicia.



Bártulos estibados, toca arrancar. La resaca con la que salí del camping era importante, pero la perspectiva de los días venideros la hacían soportable. Me había propuesto hacer noche en Puebla de Sanabria, a unos 400 kilómetros, poca cosa cuando estás acostumbrado a hacer Málaga – Santander non stop. Aunque en esta ocasión resultó un trayecto de lo más cansino, tanto festival me pasó factura en forma de sudores y suspiros bajo el casco en cuanto pillé la aburrida autovía…



Al poco de salir y sin tener ni idea de mi posición ni de cómo coger la A6, vi una indicación a Segovia por el Puerto de Navacerrada. ¿Por qué no? La verdad es que fue un acierto, me gustó mucho esa carretera. Disfruté y me despejé bastante, a pesar de que el asfalto estaba húmedo y pedía precaución. Llegué a Segovia enseguida. La foto en el acueducto (que monstruos los romanos) era obligada, si bien siendo la hora de comer hubiese sido más apropiado haberme zampado un cochinillo de esos tan famosos. Pero no, no era plan de ir con la cremallera del mono desabrochada.



En Segovia tomé la carretera comarcal CL605 (con un paisaje bastante soso) que me llevó a Montuenga. Por allí cerquita reposté y pillé la A6. Y entonces comenzó el aburrimiento y empecé a sentir de nuevo la resaca. El Aquarius de medio litro que me acababa de tomar no me libró de volver a estar hecho una piltrafilla. Está claro que cuando a uno no le quedan más cojones que ir atento a las curvillas o los baches de una nacional desconocida, se espabila y se olvida de todos los males, pero el tedio de una autovía te devuelve a ese estado comatoso que da la monotonía. Y así, medio en trance, me desvié a la A52 a la altura de Benavente y tras unos 80 kilómetros llegué a Puebla de Sanabria.



Uno ya tiene una edad. Así que después de tres días de farra en plan motoflauta y habiendo dormido en total unas cinco horas, me merecía una buena recarga de pilas. Planté el campamento en un hotel a las afueras que me recomendó el chaval de la gasolinera. Y joder, cuando vi la bañera no me pude resistir. Al más puro estilo “Cateto a babor” la llené y me di uno de los mejores baños de mi vida. Relax. Para completar el tratamiento reparador bajé al bar y me ventilé un bocata de filete de ternera acompañado de cuatro Estrellas Galicias. Esa noche comenzó un bonito idilio con esa cerveza...



Al día siguiente estaba otra vez en forma, así que había que aprovechar. Madrugué y me fui al centro histórico de Puebla de Sanabria. Además de lo bonito que es siempre estar rodeado de casas y suelos de piedra, lo más destacable es el Castillo de los Condes de Benavente, fortaleza militar del siglo XV que hoy en día cumple una función cultural albergando la biblioteca, salas de exposiciones y demás. Junto al castillo también pude ver la Iglesia de Nuestra Señora del Azogue, construida en el siglo XII, de estilo románico con reformas en gótico, y la Ermita de San Cayetano, barroca del siglo XVII.  Sí, lo confieso, he consultado las fechas de construcción y los estilos, me gustan las piedras pero no tengo mucha idea del tema, así que aprovecharé estos post para culturizarme un poco sobre los sitios por los que he pasado.



Después de un cafelito monté en la Mille y puse rumbo al Parque Natural del Lago de Sanabria. Primero fui dirección Ribadelago. La carretera es una gozada. Típica nacional con buen asfalto, curvas suaves y rodeada de vegetación. No sé si fue la distancia o que estaba disfrutando del paisaje pero se me hizo corto llegar al lago. Una vez allí la vista es espectacular. Rodeado de montañas. El agua cristalina. Hay pequeñas playas y embarcaderos que me imagino que en verano estarán hasta las trancas de gente. La zona está cuidada, con áreas con mesas para el personal y una parte preparada para la estancia con campers. Muy bonito la verdad. Como dato técnico diremos que es el mayor lago de origen glaciar de la península ibérica.



Volví por la misma carretera hasta una rotonda en la que cogí dirección a San Martín de Castañeda. La idea era subir a la Laguna de los Peces, también de origen glaciar y a una altura de 1725m. La carretera hasta San Martín es igual de guapa que la anterior. Tras pasar el pueblo comienzas a subir de forma más pronunciada, el asfalto está en peor estado (supongo que por las heladas) y resulta un poco coñazo para una deportiva. Eso sí, a pesar de que según subes los árboles van siendo sustituidos por matorrales, las vistas siguen siendo bonitas. Una vez arriba, pues la verdad, el paisaje resulta un poco desangelado. Me imagino que en invierno, con las nieves y la laguna helada, ganará algo. De la zona de aparcamiento parten algunas rutas de senderismo que, ahora que me estoy aficionando, no me hubiese importado hacer.



Decir que hay un par de miradores, en la carretera entre el pueblo y la laguna, en los que merece la pena parar, sobre todo en el que hay al poco de pasar San Martín, a la izquierda según subes. Se puede ver el Lago de Sanabria casi entero y gran parte de la comarca, sin mayúsculas (no es la de los hobbits). Cometí un error imperdonable al no visitar el Monasterio de San Martín de Castañeda, ya que ahora veo que es una pequeña joya del románico. Me llamó la atención y estuve a punto de parar, pero al ser casi la una del mediodía me entró la prisa por volver al hotel. La verdad es que esta zona me dejó buen sabor de boca y ganas de volver con más tiempo.



Sobre las dos del mediodía la moto estaba de nuevo cargada. Nos pusimos en ruta tras una intensa mañana en la que habíamos disfrutado de grandes paisajes y carreteras divertidas. Por eso sentí una gran desazón al coger la autovía… que duró unos ochenta kilómetros, justo los que había hasta Verín, el origen de mi siguiente ruta. Ya estaba en Galicia, esa maravillosa tierra que aún no sabía que me brindaría unos días increíbles de libertad, paz y sosiego.


En Nostromoción:
   ···

   · II) Milleando por Galicia [I].
   · III) Milleando por Galicia [II].
   · IV) Milleando por Galicia [y III].
   · V) Milleando por Asturias.
   · VI) Milleando por Cantabria.
 

Milleando por Galicia [I]

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Cuando uno lleva una gran temporada jodido, parece que las cosas no van a mejorar nunca. Por desgracia esta vida es una hija de puta cruel, que te golpea muy duro cuando menos te lo esperas. Golpes que te dejan K.O., que te sumen en la mayor de las tristezas. Pero cuando, pasado un tiempo, aprendes a vivir encajándolos, te das cuenta de que hay que seguir adelante e intentar disfrutar cada pequeño detalle que te ofrece esta única vida que tenemos. Es un deber con los que ya no pueden. Es un deber contigo mismo. Viajar unos días en solitario con mi moto, ha hecho que por fin pueda volver a poner en práctica está teoría. Y no sé si la magia de las tierras gallegas ha sido la culpable, pero nunca olvidaré que en ellas, comencé a remontar el vuelo.
 

 
Allá por 1997 (en los tiempos de mi querida GPZ) adquirí una guía, con un título tan poco original como concreto: 32 Rutas Excitantes En Moto (Ollero & Ramos Editores). Antes de salir de casa me propuse hacer algunas de sus rutas, las carreteras seguirían ahí, y si en esa época eran recomendadas por poco transitadas y la belleza de sus paisajes, hoy en día debía seguir siendo así. Y acerté. La primera de las rutas recomendadas que hice fue la de Verín a Pontevedra por carreteras nacionales y comarcales. Carreteras que hicieron que mi sonrisa bajo el casco llegase de tornillo a tornillo de visera.



Fue un alivio salir de la autovía al ver la salida a Verín. A dos kilómetros se encontraba uno de mis primeros objetivos, el Castillo de Monterrei. Se trata de una fortaleza del siglo XII (el castillo data del año 950), de diferentes estilos, muy bien conservada y declarada Monumento Nacional y Bien de Interés Cultural. Está en una colina desde la que se divisa todo el valle. Destaca entre todo el conjunto la imponente Torre del Homenaje (siglo XV), de bloques de granito y veintidós metros de altura, la Torre de las Damas y la Iglesia de Santa María de Gracia (ambas del siglo XIII). No pude visitarlo por dentro, pero seguro que merece la pena y se aprende algo de la mucha historia que guarda entre sus piedras. Decir que un poquito más abajo del castillo está el Parador Nacional de Verín, que como todos los Paradores, tiene una pinta cojonuda. Aunque no para mi cartera.



De nuevo en la senda pongo dirección a Xinzo de Limia. En esta primera parte de la ruta, y sin tener en cuenta el Alto de Estivadas, el paisaje aún parece castellano, con llanuras plagadas de cultivos de cereales y grandes huertos, con casas dispersadas a ambos lados de la vía. Una vez en Xinzo de Limia cogemos la carretera OU531 dirección Celanova, a unos treinta kilómetros, que pasada esta nos lleva a Cortegada, a otra treintena. Estos sesenta kilómetros, y especialmente el tramo entre estas dos últimas poblaciones, hacen que me enamore hasta las trancas de las carreteras gallegas. ¡Y acabo de llegar! Según voy enlazando curvas voy gritando “yihas” al más puro estilo Dennis Noyes. De verdad, flipando.




En Cortegada hice una parada para beber una 0,0 y asimilar el cóctel de buen firme, curvas y paisaje que me acababa de tomar. Allí tomé la carretera PO406 hacia A Cañiza. Otro tramo precioso en el que te encuentras de lleno con el río Miño. Para coger el siguiente tramo, la comarcal PO255, andaba un poco despistado, así que, en A Cañiza paré a preguntar a un hombre que estaba llenando garrafas de agua en una fuente. Mi primer contacto con los nativos de la zona, y vaya contacto. El buen hombre me dio tantas indicaciones y consejos de los sitios que no debía perderme, no sólo de Galicia, sino de Asturias y Cantabria, que cuando después de quince minutos de interminable charla arranqué la moto, se me habían olvidado. Mi disco duro había petado. Todos esos futuros momentos se perdieron en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Era hora de partir…



Pero, joder, que tío más majo. Estaba realmente emocionado por la simpatía y las ganas de ayudar de ese hombre. Como pude, llegué a la carreterilla que debía llevarme a Ponte Caldelas. Y digo carreterilla porque aquí cambiaba la cosa. Se volvió estrecha, revirada y bacheada, pero eso sí, rodeada de un paisaje increíble. Y al igual que la calzada también me cambió la meteorología. Se oscureció y comenzó a llover. Ya me extrañaba que aún no lo hubiese hecho. En esas estaba, pensando si parar a ponerme el mono de agua o no, cuando me di cuenta que me había quedado sin embrague. Y ahí estaba yo, pensando en cómo era tan gilipollas de no haber revisado el nivel del líquido, cuando la moto me entró en reserva. Carretera perdida. Ni de coña habría una gasolinera por ahí. En fin, mojado, sin embrague y casi sin gasolina, tenía pinta de que iba a ganar el premio a Pardillo del Año.



Como agobiarse no sirve de nada, ahí estaba yo, descojonándome bajo el casco ante la perspectiva de tener que llamar a una grúa en mi primer día de viaje. Supongo que será por eso que dejó de llover. Paré en la cuneta y comprobé que realmente el problema del embrague era que el depósito del líquido estaba seco. , esto está chupao. Arranqué de nuevo y tranquilito, en segunda y tercera, llegué a Ponte Caldelas. En la primera gasolinera que encontré se acabaron mis problemas. Y encima, otra vez doy con gente cojonuda. El tío que trabaja en la gasolinera, me recomienda un hostal, no sin antes llamar a dos más para preguntar precio y si tenían garaje para la moto. Que gustazo encontrarse con gente tan maja. Gracias.



Por fin llego al campamento base. Según me comentó el amiguete de la gasolinera, un antiguo puticlub reconvertido a típico hostal de carretera, a diez kilómetros de Pontevedra. Perfecto. Prácticamente todo nuevo, buen precio, desayuno incluido y garaje para la moto. Lo primero que hice fue arreglar el embrague. Un buen rato purgando y líquido nuevo, lo dejaron suave como la mantequilla. Después de una ducha me bajé al bar. El día había sido una pasada. Por la mañana milleando por Sanabria y por la tarde mi entrada a Galicia. Estaba empezando a creerme que de verdad estos días eran sólo para mí, mi espíritu comenzaba a sonreír. Y lo celebré. En todo el día sólo había tomado un café y un par de bebidas isotónicas (no me gusta comer al viajar en la moto), así que el hambre que gastaba el bicho era cosa seria. Me pedí un filete de ternera con acompañamiento completo. Y joder si era completo. El filetón resultó estar debajo de dos huevos, bacon, filetes de lomo, una salchicha, una hamburguesa, dos filetes de pollo y patatas… Lo que viene siendo un homenaje al colesterol en toda regla. No sé si la borrachera era más por la comida o por las seis o siete Estrellas Galicias. Un auténtico estado comatoso de lo más placentero. Era hora de dormir.



Al despertarme, me asomé a la terraza y un sol resplandeciente me dio los buenos días. Decidí al instante que aprovecharía ese día para irme de ruta y quedarme otra noche más allí. Tras el desayuno me puse en marcha. No tardé mucho en llegar a la capital de provincia, Pontevedra. Estuve una hora paseando por algunas de sus calles y a lo largo de la ría, y a pesar de no meterme en el casco histórico (mal hecho), me fui con la sensación de haber estado en un sitio con encanto. Y sobre todo, con la convicción de volver y dedicarle más tiempo. Bonita ciudad.



De Pontevedra me fui a Vigo por la carretera nacional. Aparqué en una gran alameda y me fui hacia el puerto, el salitre me llamaba. El concepto es el concepto, y la ciudad natal de Manuel Manquiña, es la de mayor población de Galicia. Su puerto es uno de los más importantes del mundo, y a nivel pesquero es el que más toneladas mueve. Después de dar un paseo por el puerto deportivo y cotillear un poco por la zona de las lonjas, me fui al Casco Vello. Y ahí confirmé que me iban a faltar días, muchos días, para disfrutar plenamente de estas tierras. No obstante, no importaba. Al igual que en la anterior parada, hacía mucho tiempo que no estaba tan seguro de que iba a volver a un sitio. Galicia Calidade.



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